Parasha Mishpatim

PARASHA MiSHPaTiM
SHeMoT 21:1 – 24:18 (EXoDo 21:1 – 24:18 )

viernes 21 de febrero 2025 | 21 SHeVat 5785
19:22 encendido de velas en B.A.
Shabat MEVARJIM

Este libro responde al Propósito de la Creación.
Quisiera, en esta oportunidad, comenzar este texto agradeciéndoles a cada uno de ustedes que se acerca a este espacio de lectura. Con el ánimo de aprender algo nuevo, con la intención de sacar un poco mas de lustre a este MaRaViLLoSo y UNICO LIBRO… #ELLIBRO, o simplemente para tener otra mirada; siempre es valioso que estén allí, porque con ustedes de ese lado este momento potencia su sentido.
Con esa premisa básica, que es la de crecer y construir, es que en esta oportunidad los desafío.

Parasha MiSHPaTiM, sabemos en lineas generales, que esta porción detalla cincuenta y tres leyes referidas al vínculo con el otro. Leyes de ESCLAVOS HEBREOS, de como tratarlos, del tiempo de trabajo y del tiempo de liberación, de las condiciones de Vida y de trabajo. Y la posesión o no de los mismos.
Dedica también el detalle sobre los trabajadores NO HEBREOS.
Leyes del Que Daña A Su Compañero Corporalmente Y en Forma Directa.
Leyes para las Acciones y Daños Sobre Propiedades, Animales, Pozos O Fuego.
Leyes sobre Robo.
Leyes sobre Encargos que son cuatro: cuidador gratuito, cuidador de paga, el que lo lleva prestado y el que lo lleva rentado.
Leyes sobre Seducción y citar o no “Influencias” en propio y único beneficio.
La Opresión, el Abuso, la Presión y la angustia que se ejerce o “imprime” sobre otro ser.

Ahora veamos, ¿por qué traducimos “MiSHPaTiM” como LEYES? ¿Qué es exactamente una LEY?
¿Quién define las leyes? ¿para que sirven?

La palabra “MISHPAT” significa oración, frase, sentencia. Es enunciar una norma.
Ahora una LEY es una regla que define una entidad que creará un nuevo modelo.
Es condición para ser “un creador”, puntualizar nuevas leyes que definan su creación, de lo contrario, no será una creación y será una copia.
En Devarim 4:1 (Parasha Vaetjanan) aclara este concepto …. “Y ahora Israel, escucha estas “leyes” y los preceptos que os enseño, para que podáis vivir, por ellos y entréis y poseáis la tierra que os da el Eterno, D´s de vuestros padres”
En este versículo encontramos el detalle de cuál es el sentido y la importancia que tiene definir las leyes. Explica aquí, el propósito y finalidad de conocer la leyes. Conocerlas para poder tomar acción sobre las cosas. Tomar cartas en el asunto.
No se puede participar y mucho menos ganar un juego si no se conocen las reglas del mismo.

Las leyes no son justas, ni injustas, ni arbitrarias, ni razonables, ni correctas.
No se evalúan en términos subjetivos.
Las Leyes son simplemente enunciados de ORDEN y NO DE MORAL. Están a nuestra disposición a lo largo de todo este libro, para que sepamos como conseguir, conquistar y construir “nuestra tierra”.
No hay un juicio de valor. NI opinión.
No es bueno ni es malo.
La Leyes son enunciados de funcionamiento.
Es la consecuencia que se dispara de tal o cual acción.
Conocer la ley implica estar al tanto de la consecuencia y evaluar si estoy o no en condiciones de hacerme responsable de ello (de la consecuencia que eso provoque).
Y QUÉ es NUESTRA TIERRA? De qué habla cuando dice “nuestra tierra”?
Se refiere a nuestros deseos, nuestras ambiciones, nuestros proyectos. Al motor de nuestra vida.
Nuestra tierra es esa materia prima, que trabajada, se convertirá en nuestro paraíso.

Entonces, conocer estas LEYES aclara la ideología del plan.
Es conocer el esquema, la traza que nos ordenará paso a paso para edificar y cimentar todo aquello por lo que estemos dispuestos a trabajar. Poder habitar la tierra de Israel, es conquistar y habitar ese proyecto deseado que le dará sentido a nuestra vida.

He aquí MI propuesta, y he aquí #ElDesafío.
¿Podríamos leer el texto, como si #LaTorah fuera un manual de instrucciones?
¿Podríamos leer el texto SIN SIGNOS DE ADMIRACIÓN (que de hecho no los tiene) y leer los enunciados u oraciones como un comentario y no como una orden? o mejor dicho como una oración de ORDEN en el sentido de generar un equilibrio, en lugar de ejercer un poder.
¿Podríamos leer estos textos sin juzgar, ni opinar, y simplemente pensar como combinar dichas leyes para hacer un acto creativo?

Parasha MiSHPaTiM, detalla LEYES referidas al vínculo con el otro.
No nos IMPONE, no nos obliga, no nos fuerza.
Nos comenta como responde el diseño.
Nos ilustra como funciona este juego de la vida.
Nos comunica como es el mecanismo que se desata cada vez que cada uno de nosotros oprime un disparador.
No es una advertencia. Ni siquiera un aviso.
Es una descripción. Es una alarma.
No hay valores morales. No hay valores éticos. No hay valores emocionales.
No hay opinión.
Hay diseño y definición.
Hay un modelo detallado que funciona de manera ejemplificadora.
No tiene emocionalidad, ni empatía.
No juzga ni condena. No castiga ni premia.
Simplemente reacciona.
Te invito entonces que conectes con LA LEY no como un agente de control, sino como una herramienta de creación.

Te invito que conectes con LA LEY no como un poder de dominio, sino como un camino de construcción.
LA LEY no esta para juzgarte, ni para condenarte.
No está para que le temas, ni para que la padezcas.
Está para que la CONOZCAS, y para que la USES en TU desarrollo.

Querido lector, si llegaste hasta acá, entonces el tema te interesó.
No seas extranjero en tu propia tierra.
Conocé las LEYES y entonces, NUNCA SERAS ESCLAVO.

hoy mas que nunca,
#A M I S R A E L J A I.

Shabat Shalom Umehoraj
Silvia Dvoskin

Haftará Mishpatim

Dios y un hombre van bajando a pie por un camino. El hombre pregunta a Dios: “¿Dios, Cómo es el mundo?” Dios responde: “Te voy a contar, pero tengo seca la garganta. Necesito un vaso de agua fría. Si vas y me traes uno, te digo cómo es el mundo”.

El hombre se dirige a la casa más cercana para pedir el vaso de agua fría.

Golpea la puerta, y abre una bella y joven mujer. Él pide el vaso de agua fría.

Ella responde: “Te voy a dar agua con todo gusto, pero es mediodía, la hora de la comida. ¿Por qué no entras primero y te sentás a comer?

Pasaron treinta años. Cinco hijos. Una familia hermosa, una casa hermosa y una tarde, estando en su casa, cuando llega viento fuertísimo sacude la casa y El hombre grita: “Auxilio, Dios mío”. Y entonces dicen que una voz sale dentro del viento y dice: “¿Dónde está mi vaso de agua fría?” Al hombre se le abren los ojos, mira la casa y dice… Eso vine a buscar…

A quien no le ha pasado de haberse parado de su silla, de la cama, del sillón caminar hasta la cocina, abrir la heladera y con una mano en la puerta y la otra en la cintura decir “Que quería?” No tenés ni idea que haces ahí, y si alguien te ve en ese momento no hay vuelta atrás.

Hace unos años científicos empiezan a hablar del Síndrome de las ventanas abiertas, que dice que las personas que acostumbran a tener en la computadora muchas ventanas abiertas son altamente menos efectivas, ya que el tener Demasiadas Ventanas y cosas abiertas hace que uno saltee las tareas y no pueda concentrarse en ninguna de principio a fin.

Lo mismo sucede con nuestra mente. A veces tenemos tantas cosas, temas, preocupaciones o quizás charlas con nosotros mismos que nuestra mente no permite que estemos donde está nuestro cuerpo.

No es un tema de memoria, es una cuestión de atención.

Podes estar acá sentado esta noche o en tu casa compartiendo este shabat desde el lugar del mundo que sea y no tener ni idea de lo que hablamos.

Podés estar tomando un último café con alguien sin saber que es el último y no estar ahí. Desperdiciando el momento del ahora.

Estar hablando en casa y de repente me doy cuenta que digo tímidamente “Si” y del otro lado aparece un “Si que?” Chau. Nada más para agregar.

En la Parasha de esta semana, Mishpatim, aparece una frase fenomenal en el texto que dice: “Entonces le dijo Adonai a Moisés: Sube a Mi, al monte, y estate allí, y te daré las tablas de piedra…” (Éxodo 24:12)

Sube al monte y estate allí. Si, obvio…

No es obvio, y menos si ese Moshe sos vos hoy.

Subir físicamente y estar ahí mental y espiritualmente. Cuerpo y alma en un mismo lugar.

Moises recién salido de Egipto, venia con la cabeza en lo que estaba sucediendo, en la salida de todo ese pueblo, en la búsqueda de comida, agua y en lo que seria el momento mas importante de la historia y de su vida, la entrega de la Tora.

Y entonces Dios le pide que suba pero que suba de verdad, que para vivir ese momento tenia que ser el momento. Poner la agenda en pausa y entonces vivir su hoy.

¿Dónde estás? ¿Dónde está tu mente? ¿Dónde estuviste esta semana que se fue?

Cuales son los momentos donde estás completamente y al 100% para el que tenés enfrente?

No es siempre, está bien poder viajar con la mente, hace 500 días que el cuerpo está acá y la mente va y viene a Israel en cada noticia, video o transmisión en vivo en cada regreso de nuestros secuestrados.

Pero la Tora entera frena y te pide que te fijes para quien podes por un rato juntar tu mente, tu alma y tu cuerpo. Para quién vas a dejar el teléfono lejos, porque no hay nada mas importante que tener esa mirada o esa charla.

Cuenta el texto que Moshe subió al monte, y estuvo allí, Panim el Panim. Cara a cara en la cima del monte y ahí y solo ahí, pudo recibir la Tora Kdusha.

¿A donde vas a ir a encontrar tu Tora?

Vayas a donde vayas, elegí estar ahi, pero estar ahi de verdad. Porque vos y el otro, física o espiritualmente, se merecen estar ahi.

Shabat Shalom Amijai
Sem. Brian Bruh

Haftará Itro

Dicen que hay momentos en la vida en los que el llamado es tan fuerte que no se puede ignorar. No es un llamado de teléfono, ni un mensaje de WhatsApp que podés patear para después. Es algo que te sacude, que te paraliza un segundo y te cambia para siempre. Así fue la revelación en el Monte Sinaí en Parashat Itro, y así fue la visión del profeta Isaías en la Haftará de esta semana.

Los israelitas estaban ahí, de pie, viendo el trueno y el fuego, escuchando la voz de Dios en una experiencia que los dejó temblando. No fue una enseñanza en un pizarrón, no fue un mensaje suave y racional. Fue algo que les explotó en el pecho. Algo que los desbordó tanto que no pudieron más que retroceder, conmocionados, sintiendo que ese momento era demasiado grande para ellos: “Todo el pueblo veía los truenos, los relámpagos, el sonido del shofar y el monte humeante; y al verlo, temblaron y se mantuvieron a distancia” (Éxodo 20:15).

Y algo muy similar le pasó a Isaías en su primera visión profética. Se encuentra con Dios rodeado de Serafines, criaturas aladas que gritan: “Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). El suelo tiembla, el lugar se llena de humo, y Isaías, como cualquier persona normal, siente que no está a la altura: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros y vivo entre un pueblo de labios impuros” (Isaías 6:5).

¿No nos pasa lo mismo cuando nos enfrentamos a algo más grande que nosotros? Esa sensación de no estar preparados, de no ser suficientes. Nos paraliza la idea de que quizás no somos lo suficientemente buenos, lo suficientemente sabios, lo suficientemente justos. Nos pasa en lo personal, en lo profesional, en lo espiritual. Ante lo inmenso, nos achicamos.

Pero lo interesante es lo que pasa después. Un Serafín toca los labios de Isaías con una brasa ardiente y le dice que su culpa ha sido purgada (Isaías 6:7). Dios le hace una pregunta simple pero demoledora: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” (Isaías 6:8). Y, en ese instante, Isaías responde con una de las frases más poderosas de la Biblia: “Hineni. Aquí estoy. Envíame.”

No dice “Déjame pensarlo”, “No sé si estoy listo”, “¿Podemos probar con otra persona?”. No. Se para y dice: Voy.

Y es acá donde todo se vuelve real para nosotros. Porque la historia de Isaías no es solo sobre un tipo que vivió hace miles de años y tuvo una visión mística. Es nuestra historia. Todos, en algún momento, vamos a escuchar un llamado. Puede ser algo enorme y trascendental, o algo pequeño pero determinante. Lo importante no es la magnitud del llamado, sino la respuesta.

¿Cuántas veces escuchamos esa voz interna que nos empuja a hacer algo y la callamos? Ese deseo de empezar un proyecto, de reparar una relación, de hacer un cambio. Nos convencemos de que no es el momento, de que no estamos listos, de que alguien más lo hará mejor. Pero la pregunta sigue ahí, en el aire: “¿A quién enviaré?”

El destino de Isaías no era fácil. Su misión no era traer buenas noticias, sino advertir sobre la destrucción inminente. A veces, la verdad no es cómoda, pero hay que decirla igual. Y a pesar de la dificultad, él dijo: Voy igual. Ahora, si esto fuera una película de Hollywood, la historia terminaría con una gran victoria. Pero no. Isaías es advertido de que su mensaje no será bien recibido. Que la gente no va a escuchar. Que va a hablarle a un pueblo con los oídos tapados y el corazón endurecido (Isaías 6:10). Y sin embargo, sigue adelante.

Pero incluso en la destrucción, la Haftará deja una chispa de esperanza. Se nos dice que como el árbol que es talado pero deja su tronco vivo, siempre habrá una semilla sagrada, un remanente que volverá a crecer: “Como la encina y el roble, que al ser cortados dejan un tronco, así será la simiente sagrada que quedará en pie” (Isaías 6:13).

No importa cuán grande sea la crisis, siempre hay algo que queda en pie, siempre hay algo desde donde volver a empezar. La pregunta es si cuando llegue el momento, cuando el llamado aparezca en nuestra vida—de la forma que sea—vamos a hacer lo mismo que Isaías. Cuando llegue la oportunidad de actuar, de hablar, de cambiar algo importante, ¿vamos a retroceder como los israelitas en el Monte Sinaí? ¿O vamos a dar un paso al frente y decir, con convicción y valentía: “Hineni. Aquí estoy. Envíame.”

Y no se trata de ser profetas. Se trata de entender que cada día hay pequeñas oportunidades de responder a algo más grande. No siempre será un llamado divino con fuego y truenos. A veces es alguien que nos necesita y nos hacemos los distraídos. A veces es una injusticia que podríamos señalar, pero elegimos el silencio. A veces es la oportunidad de hacer algo diferente con nuestra vida, pero nos decimos que no es el momento. Y en cada uno de esos instantes, la misma pregunta sigue flotando en el aire: “¿A quién enviaré?”

Cada uno tiene su propio Monte Sinaí, su propia brasa ardiente, su propia elección de quedarse inmóvil o dar un paso adelante. Y cada vez que elegimos actuar, cada vez que decimos “acá estoy”, seguimos el legado de los que, antes que nosotros, no se quedaron en la comodidad de su mundo, sino que entendieron que cuando llega el llamado, hay que responder. Porque el mundo no se transforma solo con quienes escuchan. Se transforma con quienes, al escuchar, responden: Hineni. Aquí estoy. Envíame.

Wally Liebhaber

Parasha Itro

“La gran fuerza vital de nuestro Pueblo”. por Seba Cabrera Koch.
Comentario a Parashá Itró: Éxodo 18:1-20:23

El Pueblo de Israel, parado a los pies del Sinaí, estaba a punto de vivenciar el momento más sublime de la historia de la humanidad.

Según el Midrash, ningún pájaro cantó, ningún ave voló, ninguna bestia mugió, el mar dejó de rugir y todas las criaturas estuvieron en silencio. El mundo entero estuvo en calma y la Voz comenzó a decir: “Anojí Hashem Elokeja” “Yo soy el Señor tu D-s”.

Los Aseret haDivrot, las célebres “diez alocuciones”, fueron recibidas por una multitud en un momento extraordinario, único en su singularidad.

Ante este hecho, los Sabios se preguntaron: ¿Por qué sucedió justo en este momento histórico y no antes? Es decir, fue al tercer mes de la salida del pueblo de Israel de Egipto. ¿Pero por qué no sucedió en un principio con Adán, el primer hombre, cuando fue creado?, o ¿Por qué no con Noaj, en el pacto después del Diluvio?, o ¿Por qué no con Abraham, ni con ninguno de los otros patriarcas?

El judaísmo basa su fundamento en una experiencia colectiva, y no en un evento sobrenatural basado en el testimonio de un individuo o de un grupo de personas. En ese sentido, Isaac Abarbanel, el destacado exégeta medieval, expone que no hubiera sido aceptable que se entregue la Torá si no era a un pueblo entero. No a una persona o familia, sino a todo Am Segulá.

Quizás el versículo: “Segulá mi kol haamim…” (Ex. 19,4) traiga un poco de luz al asunto. Las traducciones más usuales dicen: “mí propiedad peculiar de entre todos los pueblos”, “mi especial tesoro entre todos los pueblos”, “serán para Mi un tesoro de entre todas las naciones”, o la versión más poética “de entre todos los pueblos, son los más preciados para D-s”.

El término Segulá, mal traducido como “elegido”, en la Torá se utiliza para denominar algo que es muy preciado, muy querido, muy cercano.

El concepto de Am Segulá, “pueblo elegido” resulta antipático y hasta polémico para muchos judíos (y no judíos). Sin embargo, este rechazo radica en una mala comprensión del término y en suponer que la elección concede privilegios en lugar de responsabilidades.

El Talmud, nos trae la historia de que las dos grandes escuelas rabínicas, Beit Hilel y Beit Shamai, estuvieron en desacuerdo durante tres años. Un día, una Voz vino del cielo y dijo que ambas casas eran la palabra del D-s viviente, es decir, en las grandes disputas, no hay una verdad única. Sin embargo, la halajá está de acuerdo con la opinión de Beit Hilel.

Sin embargo, el Talmud continúa preguntando, ¿por qué entonces la Casa de Hilel prevaleció en (la mayoría de) las disputas? “Porque eran amables y modestos, eran agradables y tolerantes, mostraban moderación cuando se los enfrentaba, estudiaron las opiniones de la Casa de Shamai así como las suyas propias y no solo eso, sino que citaron las opiniones de ellos antes que las suyas propias”.

Con esta historia, se infiere que ser “am segulá” implica comportarse de una forma elevada, inspirándonos a vivir con sentido, comprometidos con nuestros valores y viviendo en coherencia con estos. Así, ser “el pueblo preciado de D-s”, nos obliga a estar a la altura de este título.

Los eventos del Sinai, donde se “veían las voces, y las antorchas y la voz del Shofar y el monte humeante…” (Ex. 20,15), son una vez y para siempre, un mensaje universal que tenemos como misión compartir con el mundo. En ésto radica la gran fuerza vital de nuestro Pueblo.

Que este sea un llamado para actuar hoy, honrando cada día nuestro legado eterno.

¡Shabat Shalom umeboraj!
Seba Cabrera Koch

Bibliografía
-Coffman, A. Tora con comentario de Rashi, tomo 2 Shemot. 2001. Editorial Jerusalén.
-Heschel, A.J. El Shabat. Citado por Surazski, G. (2021). Fragmentos de cielo. Ediciones Seminario Rabinico. Pág. 211.
-Midrash Shemot Rabá 29:9. Consultado desde Sefaria.org
-Parashá Itro. 2025 © haTanaj
-Preguntas de Abarbanel, Éxodo 18. 2025 © haTanaj
-Sakkal, I. Am Segula. 2025 © haTanaj
-Talmud Bavli. Tratado Eruvin 13b). Consultado desde Sefaria.org

Parasha Beshalaj

Cuando el Pueblo de Israel emprendió su viaje por el desierto, Dios les enviaba cada día la comida: el maná descendía del cielo. Según lo describe la Torá: “Yo haré llover pan del cielo para ustedes, y el pueblo saldrá y recogerá cada día lo necesario para ese día, para que Yo lo ponga a prueba si sigue Mi ley o no” (Éxodo 16:4). Este pasaje nos lleva a reflexionar: ¿en qué consiste exactamente la prueba que representa el maná?

Rambán explica que depender del maná implicaba una experiencia difícil, ya que no tenían posibilidad de preparar lo propio. Aunque el maná era lo necesario y suficiente, la ansiedad por almacenarlo y no poder hacerlo, generaba incertidumbre y estrés emocional. Esta opinión refuerza la fe que debían tener en que mañana Dios proveería.

Por otro lado, Jizkuni aporta otra mirada. Él señala que el maná, al no requerir preparación alguna, los obligaba a tener tiempo libre y decidir qué hacer con el mismo.

¿Cómo utilizarían ese tiempo libre? ¿Lo emplearían de manera significativa para fortalecer su fe en los milagros que estaban viviendo o lo desperdiciarían en mezquindades?

A menudo pensamos que las pruebas en la vida están asociadas con dificultades, pero Jizkuni nos invita a considerar otro tipo de prueba: la que llega en momentos de comodidad y éxito. Cuando todo va bien, ¿recordamos de dónde provienen las bendiciones? ¿Aprovechamos los momentos de tranquilidad para profundizar nuestro compromiso espiritual y valorar lo que tenemos ayudando a quienes no poseen?

Cuando alcanzamos la abundancia, solemos olvidar quién es la fuente de nuestras bendiciones. Desde esa mirada, el maná ofrecía una vida más sencilla, poniendo a prueba la gratitud y la responsabilidad de quienes la recibían.

En nuestros días, es bueno mirar alrededor y tomar conciencia de cuáles son nuestras preocupaciones. Este Shabat te invito a utilizar sabiamente el tiempo, quizás, nos estamos haciendo problema por superficialidades y no somos capaces de agradecer lo bueno que tenemos en la vida.

Shabat Shalom
Rab. Sarina Vitas

Haftará Beshalaj

Débora, profetisa y jueza, tenía su oficina bajo una palmera en las montañas. Nada de escritorios de madera maciza ni lugares ceremoniosos. Su despacho era el aire libre, un lugar que parecía gritar: “Acá se resuelve lo importante sin vueltas.” Y hasta ahí iba el pueblo de Israel, buscando respuestas, como quien va a hablar con esa amiga sabia que siempre tiene algo justo para decir. Pero Débora no era solo la que escuchaba y aconsejaba; también era estratega y, sobre todo, una constructora de esperanza.

Un día llama a Barak, el general del ejército, y le da un mensaje que no deja margen para negociar: “Dios dice que juntes 10.000 hombres y subas al monte Tabor a enfrentarte con Sísara, el comandante enemigo”. Barak, que no era ningún improvisado pero tampoco el más valiente del barrio, responde: “Voy, pero solo si venís conmigo”. Y Débora, con esa serenidad que tienen los que saben cómo termina la película, le dice: “Está bien, voy. Pero que sepas que la gloria no va a ser tuya; el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer” (Jueces 4:9). Y listo, se lo despachó con estilo.

La batalla ocurre, y todo sale según lo previsto. Sísara pierde su ejército, sus carros y, de paso, su ego. Pero no cae en el campo de batalla, sino en una tienda. Yael, una mujer sin armas ni armadura, se encarga del resto. Lo recibe con hospitalidad, le da leche como si fuera su abuela, y cuando él se relaja, toma una estaca y termina lo que Barak no pudo (Jueces 4:17-21). Si esto fuera un partido de fútbol, Yael sería esa jugadora que aparece en el minuto 90 y mete el gol del campeonato.

Lo más interesante, sin embargo, no es la batalla en sí, sino lo que pasa después. Débora y Barak cantan. Pero no es solo un canto de agradecimiento a Dios, como el de Miriam cuando cruzaron el Mar Rojo. Es un canto que mezcla lo divino con lo humano. Celebran el milagro, claro, pero también el coraje de los que pusieron el cuerpo. En su canción, Débora dedica versos especiales a Yael, describiéndola como “bendita entre las mujeres” (Jueces 5:24-27). Porque la grandeza, a veces, está donde nadie la espera.

Y acá es donde esta historia deja de ser un relato de otro tiempo y se convierte en un espejo para nosotros. ¿Cuántas veces, como Barak, necesitamos alguien que nos dé el empujón para arrancar? ¿Cuántas veces, como Débora, somos nosotros los que tenemos que ser esa voz que guía? ¿Y cuántas veces, como Yael, tenemos que hacer algo grande con lo poco que tenemos?

Después de cada batalla, hay que cantar. No importa si saliste victorioso, si perdiste o si apenas lograste mantenerte de pie. Cantar es lo que transforma el esfuerzo en algo que podés llevarte, que te deja seguir adelante. Porque esas canciones cuentan la verdad: que nunca peleamos solos, que siempre hay algo de divino en lo humano y que hasta las luchas más grandes pueden convertirse en esperanza.

Y la historia, como la vida, no termina ahí. Porque el canto no se acaba; sigue sonando en quienes lo escuchan, como un eco que nos recuerda que siempre podemos avanzar, siempre podemos transformar. Y eso, aunque no lo veamos, es lo que nos mantiene vivos.

Shabat Shalom
Wally Liebhaber

Haftará Bo

La Haftará de esta semana, que la encontramos en el libro de nuestro profeta Irmiahu (46:13-28), se sitúa en un contexto crítico, en el cual Egipto se enfrenta a la amenaza de su caída a manos de Babilonia y nuestro pueblo alejado de sí. Recordemos que el mensaje central de Irmiahu fue el llamado al arrepentimiento y a la fidelidad a HaShem, advirtiendo que si el pueblo no cambiaba sus caminos y dejaba de adorar ídolos, enfrentaría la destrucción y el exilio. Sin embargo, en medio de esta oscuridad y frente a un panorama sombrío, hay un pasuk que nos introduce una promesa de salvación y esperanza para Israel: “No temas mi servidor Iaacov, no tengas miedo Israel. Mira que a ti y a tus descendientes los rescataré de esa lejana tierra a la que fueron desterrados. Iaacov volverá a estar en paz y armonía, sin que nadie lo inquiete. Yo estoy contigo, te castigaré como mereces, pero no acabaré contigo” (Irmiahu 46:27-28).

Este contraste entre juicio y redención no solo refleja las circunstancias de la época, sino que trae un mensaje que nos resuena hasta el día de hoy: incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la esperanza y la renovación. Esta promesa de protección se convierte en una luz de esperanza en medio de un mensaje que de otra manera podría parecer desolador. La caída de Egipto, que representa la caída de una gran potencia mundial, nos muestra la fragilidad de las naciones y nos recuerda que, a pesar de las adversidades, hay una fuerza superior que vela por el destino del pueblo de Israel.

Un valor fundamental que rescato de la Haftará es la resiliencia. Esa capacidad de enfrentarse a la adversidad, de aprender de ella y, a pesar del sufrimiento, seguir buscando un futuro mejor. Y nuestro pueblo existe gracias a nuestra resiliencia. No es una cuestión simplemente de resistencia física ante las adversidades, sino una manifestación de un espíritu colectivo que se niega a rendirse, y que sigue luchando por la paz, la justicia y la identidad. Y por lo tanto, la lectura de esta Haftará nos es un recordatorio poderoso de que la esperanza y la resiliencia son fuerzas vitales en nuestras vidas. Esta lectura nos invita a cultivar la resiliencia en nuestras propias vidas, a no rendirnos ante los desafíos, sino a buscar siempre una oportunidad para renovarnos y crecer. Nuestro pueblo fue siempre llamado a encontrar la esperanza en medio de la opresión. Nosotros también podemos aprender a fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza en lo que está por venir.

¡Shabat Shalom Umevoraj!
Am Israel Jai
Tomi Izbicki

Parasha Vaerá

EZEQUIEL 28:25-29:21

“Nunca desaparecerá Israel del mundo como ocurrió con Tiro…”

Repasemos algunos datos de nuestro profeta de quién nos hemos ocupado hace sólo unas se-manas atrás.

Ezequiel fue un profeta hijo de sacerdote y probablemente sacerdote él también. Vivió en los días del exilio, se supone que residía en Babel. Tuvo la terrible experiencia de vivir la destrucción de Ierushalaim, a él pertenecen las profecías de la “carroza celestial”, Majaseh Mercaváh, como la de Hajatsamot Haieveshot, la de los huesos secos, que nos habla de la resurrección y el renacimiento del pueblo de Israel.

Nuestro profeta se enfoca en el deseo de D’s expresado a través de él de que todas las tribus de Israel se encuentren bajo el mandato de un solo rey y que éste provenga de la dinastía del rey David.
Ezequiel sueña con Israel consagrado a los ojos de las naciones, sueña con el regreso a la Tierra Prometida, siempre una diáspora y siempre un retorno.
En aquel entonces, tal como vemos hoy, existían muchas naciones que desdeñaban a Israel.
Los tiempos parecen mezclarse en esta Haftará, como seguramente lo están.
Conocemos la historia pero tal como se dice muchas veces ya no sabemos qué es presente y qué pasado porque todo resulta ser actual.
Este 22 de enero, como siempre, rememoraremos la liberación del funesto campo de Ausch-witz…y lo haremos desde todos los confines de la tierra y sobre todo en Israel…a la vez que se-guimos luchando contra el antisemitismo, cuyos ataques han recrudecido.
Es un presente permanente.
En estos momentos, una vez más, hay atentados antisemitas en varias partes del mundo, el anti-semitismo, siempre presente recrudeció una vez más, en un momento donde se esperaría que todo el mundo quiera paz, libertad para los rehenes, justicia…
Pero junto con el profeta decimos:

“ Jamás desaparecerá Israel del mundo como ocurrió con Tiro.”

Y qué razón tiene!!
Egipto nunca más fue el imperio que alguna vez fue, con su magnificencia y sus adelantos.
Ezequiel preconiza su destrucción en la profecía.
Y efectivamente, históricamente Nabucodonosor primero destruyó Tiro y luego Egipto.

Por qué un imperio que parece llamado a ser eterno termina en las ruinas y nunca más levanta su cabeza para poder convertirse, transformarse desde esas mismas ruinas?
Y en consonancia con la Parashá, donde leemos los portentos que D’s realizó a través de las pla-gas rumbo hacia nuestra redención, observamos que la soberbia infinita del faraón en los tiempos de Moshé, los condujo a su ruina.
Soberbia implica no comprender, no vislumbrar que por encima de cada uno y de todos juntos hay una Ley, la que nos fue dada, hay un Creador.
El faraón estaba convencido de que él era un dios.
Por este motivo es que Ezequiel lo nombra como Hatamim Hagadol, un monstruo grande, metafó-ricamente hablando.

Como nuestro profeta se encontraba lejano del lugar de los hechos, D’s le pide que se dirija con su mente hacia allí para vislumbrar el futuro.

Existen muchos Mitzraim, muchas angosturas para nuestro pueblo y para cada uno de nosotros.
Pareciera que la clave para lograr la libertad y llegar a nuestra tierra es no caer en la admiración de grandes monstruos que finalmente nos toman de esclavos.
Saber que existe algo superior a nosotros mismos, ya que nunca es un recurso genuino confiar en el apoyo de grandes faraones que sólo pueden mirar su propio ombligo.
Los judíos sabemos que seguimos siendo porque no olvidamos, no olvidamos a Ierushalaim y no olvidamos toda nuestra historia, como decimos…nos convertimos en esclavos de nuestra memo-ria…
Y no queda otra, recordamos para que no se repita y es ese un gran trabajo.

Ezequiel considera que Ciro, el rey de Persia, a quien nosotros conocemos como Coresh es un instrumento de D’s ya que es él quien dictamina a favor nuestro para que volvamos y construya-mos el segundo templo.

Y volveremos a empezar y a pelear por lo nuestro incansablemente.
Teniendo en cuenta que por alto que lleguemos con nuestras construcciones debemos luchar con-tra la soberbia de creernos dioses del universo.

Que podamos en este Shabat Vaerá luchar contra nuestro propios egos, que no nos convirtamos en uno más de los varios faraones que hay en el mundo y que se creen superiores a todo y honremos la memoria de nuestra historia y de todos los nuestros.

Shabat Shalom uMeboraj!
Am Israel Jai!
Norma Dembo