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Haftarat Vaiakhel-Pekudei

Hace algunos años atrás, en una experiencia en la que participé, me preguntaron si yo era consciente de cómo llegan las cosas a mis manos. Desde la prenda de vestir que utilizo todos los días, hasta lo que consumo a diario para alimentarme.

En aquellos días, fue una pregunta que me quedó al pasar, pero que últimamente me es más recurrente en mi vida, consumos y hábitos.
Esta semana, leyendo la Haftarat Vayekhel-Pekudei, nos relatan sobre la construcción del primer Beit Hamikdash, el Gran Templo de Jerusalem, a cargo del Rey Salomón, hijo del Ray David.

Hay cuatro comentaristas: Rashi, Radak, Ralbag y Abarbanel, que acercan una idea de por qué el Rey David no construyó el gran templo de Jerusalem y por qué el Rey Salomón, durante su construcción, no quería utilizar la fortuna que heredó de su padre para el armado de esta casa sagrada.
Según estos sabios, David había sido un hombre de guerra, esos materiales, metales y joyas podrían haber sido obtenidas como botín de guerra, es decir que, tal vez, costaron vidas.
Pero acá traigo ese planteo que me hicieron hace años atrás, conceptualmente. ¿Podemos construir una casa de paz y espiritualidad a costas de algo obtenido al precio de la guerra y sangre?

Si este escenario lo traslados al presente, lo que construimos, lo que consumimos, lo que recibimos y lo que damos, ¿somos conscientes del origen? ¿Debemos saberlo? ¿Hace falta? ¿Qué pasa si algo tiene un buen fin pero no es bueno su origen? ¿Debemos de aceptarlo?
Aclaro que no tengo las respuestas, pero eso no me detiene a seguir buscándolas a través de las preguntas y la reflexión.

Creo que hoy estamos transitando un período de consciencia y compromiso humano-social, donde traemos a flote preguntas que, tal vez, pueden incomodar pero, creo, que son los cimientos necesarios para una nueva generación y la sociedad que algún día soñamos ver.

¡Shabat Shalom!
Wally Liebhaber

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2022-5783

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