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Haftara Vaiera

Haftara Vaierá: II Reyes 4:1-37

La esperanza requiere coraje

Una de los ejercicios más fascinantes e intelectualmente estimulantes es el de encontrar esos puentes que unen a la parasha con la haftará. Es descubrir el dialogo entre las fuentes… intentar profundizar y sumergirnos en ellas, para sorprendernos, en la medida de nuestras limitaciones, con esas conexiones que iluminan y nos hacen brillar en cada generación.
Esta semana, la haftará que nos convoca es la que corresponde a la parashá Vaierá, donde podemos trazar al menos tres paralelos claros: la hospitalidad, una profecía a una mujer estéril de que dará a luz un hijo y la experiencia cercana a la muerte de ese hijo.
El primero de los temas, hajnasat orjim, dar la bienvenida a los invitados, es una característica destacada tanto en el comienzo de Vaiera como en las historias de los milagros de Eliseo.
Tan valiosa es la mitzvá de recibir invitados, que tiene una prioridad especial: incluso “se podría interrumpir” el hablar con D-s, emulando a nuestro patriarca Abraham en su encuentro con los “tres visitantes”.
En ambas historias, un mensajero de D-s se acerca a una mujer sin hijos (Sara y la mujer sunamita) y le dice que pronto dará a luz. Ambos mensajes son recibidos con escepticismo, pero ambas mujeres finalmente tienen hijos.
Quizás lo más conmovedor, es que tanto la parasha como la haftará cierran con historias de hijos que milagrosamente sobreviven a lo que de otro modo sería una experiencia mortal.
Un Itzjak casi sacrificado por su padre en la cima del monte Moria, y salvado en el último momento por un ángel. Un niño sunamita muere, y es revivido por el profeta y su oración.
La isha ha-Shunamita, la mujer sunamita, es la mujer “sin nombre” que concibe después de muchos años de infertilidad, tras una bendición dada por el profeta Eliseo.
La Guemará en Masejet Berajot (10b) plantea un punto muy interesante: ¿porqué la mujer sunamita dijo que Eliseo era un “santo”?. Se citan dos respuestas, explicando que ella “nunca vio una mosca cerca de la mesa cuando él comía”, y que cuando cambió su ropa de cama “nunca vio evidencia de una emisión corporal”.
Ambas respuestas parecen difíciles de entender, pero Rab Israel Salanter señala la importancia de esta pregunta en el Talmud. Nuestros Sabios parten de la suposición de que la “santidad” de una persona no es algo fácilmente visible.
Una persona virtuosa no necesariamente parece distinguida ni actúa de manera exteriormente distinguida en sus asuntos ordinarios. Por mucho que pudiéramos suponer que la mujer sunamita admiraba y respetaba a Eliseo, la mujer llegó a esta conclusión basándose en la forma en que Eliseo comía y en su ropa de cama, es decir, en la expresión de sus cualidades en lo más cotidiano.
Esto nos enseña a centrarnos no en cómo nos ven los demás, sino en lo que realmente somos y lo que debemos ser.
Tener la capacidad de “ver” más allá, abre el mundo a otra perspectiva y a otra sensibilidad. Muchas veces, la desesperación nos ciega, haciéndonos incapaces de ver las posibilidades.
La esperanza requiere coraje. En lugar de rendirnos en tiempos difíciles, debemos seguir buscando el “bien oculto” sin desesperarnos.
El significado de esta revelación tal vez debería entenderse a la luz de la condición de ansiedad y soledad de nuestras protagonistas.
Giezi, siervo de Eliseo, le señaló a su amo que su anfitriona era estéril, y el profeta decidió recompensarla con el milagro de un bebé (haciéndose eco nuevamente de la historia en Vaierá con Abraham y Sara). De la misma manera, sucede con otras mujeres estériles de la Biblia (Rivka, Rajel, Jana, la madre de Sansón y Mijal).
Era como si D-s les estuviera diciendo a estas mujeres –y a nosotros, sus descendientes– “Cuando te sientas solo, yo estoy contigo; cuando te encuentres abandonado y desamparado, tienes a Mí en quien confiar”.
Los invito a sentirse conmovidos por este momento en la vida de nuestros antepasados, cuando la fe se sobrepone tan claramente al sufrimiento.
Tengamos confianza que la historia nos traerá el sonido de la risa de Sara, el arrullo de los primeros llantos de Yitzhak, el consuelo del pequeño Ishmael y la alegría del niño renacido de la sunamita.
Somos bendecidos con una revelación personal, cuando en un momento sublime, un recordatorio nos despierta con una visión de un mundo de bendiciones a nuestro alcance.

A la memoria de nuestro querido Mito – Jaim Ben Meir HaKohen Z´L.
Shabat Shalom!

Seba Cabrera Koch

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