
Hay momentos en la historia en los que uno piensa: “¡Paren un poco, muchachos!”
Esta semana tenemos dos por el precio de uno: Koraj en la Torá y el pueblo pidiendo rey en la Haftará. Dos crisis de liderazgo, dos formas distintas de buscar poder… y dos finales bien distintos.
En la Parashá, Koraj se levanta contra Moshé. Básicamente, arma una especie de interna política, le dice: “¿Quién te creés que sos?”, y busca cambiar el liderazgo a su favor. Spoiler: no le va muy bien. La tierra lo traga. Fin.
Ahora bien, la Haftará parece más civilizada, pero guarda una angustia parecida: el pueblo le pide a Shmuel un rey. No un líder espiritual, no un juez, no un referente moral… un rey de verdad, con corona, espada y todo el merchandising. ¿Por qué? Porque los pueblos vecinos tienen. Porque da seguridad. Porque “si no lo tenemos, nos va a ir mal”. (Ya en esa época funcionaba el marketing por comparación).
Shmuel les cumple el deseo, pero les mete una dosis de realidad digna de un buen terapeuta de grupo. Les dice: “Escuchen: esto fue idea de ustedes. Yo hice lo que pidieron, pero no se olviden de algo: un rey no reemplaza a Dios. Y si se olvidan de eso, ni este ni ningún otro los va a salvar.”
Y ahí viene la escena más cinematográfica: para demostrar que no está improvisando, pide una tormenta en pleno verano, y ¡boom! Cae el diluvio. El pueblo entra en pánico: “Metimos la pata, ¿no?”. Y sí. Pero también no.
Porque lo más hermoso viene después: Shmuel no los deja ahogarse en culpa. Les dice: “No está todo perdido. Todavía pueden elegir. Todavía pueden hacer las cosas bien. El error no los define; lo que hagan después, sí.”
Y ahí, entre rayos y truenos, nos llega el verdadero mensaje de esta Haftará. Que liderar no es gritar más fuerte, ni tener más votos, ni una túnica más larga. Que el poder sin propósito se parece mucho a un pozo que se abre debajo de tus pies (hola, Koraj). Que no se trata de que alguien te corone, sino de para qué usás esa corona.
Y que siempre, siempre, hay una segunda oportunidad para hacer bien las cosas. Aunque te hayas equivocado de líder. Aunque hayas pedido rey cuando ya tenías a Dios.
Al final, la Haftará nos mira y nos dice: no seas Koraj. Pero tampoco seas el que pide un rey por miedo. Sé el que se anima a mirar sus errores, a reconocer sus decisiones, y a seguir caminando con la cabeza en alto… y los pies firmes, por si a la tierra se le ocurre abrirse otra vez.
¡Shabat Shalom!
Wally Liebhaber