Vaishalaj: la lucha por crece
Yaakov estaba en un momento crucial de su vida. Después de años trabajando para su suegro Labán, había logrado formar una familia y acumular riquezas, pero ahora debía regresar a su tierra. Este regreso no era sencillo, porque implicaba enfrentarse a un temor que lo había perseguido durante años: su hermano Esav. Desde aquel día en que Yaakov tomó la primogenitura y la bendición de su padre, Esav había jurado matarlo, y ese juramento seguía pesando en su mente.
Mientras se acercaba al encuentro, Yaakov no podía evitar sentirse invadido por la incertidumbre y el miedo. Rendirse no era una opción.
En su búsqueda de soluciones, entendió que debía prepararse en cuerpo y alma. Primero, pidió a Hashem protección y guía. Después, ideó un plan: dividió a su familia y sus bienes en grupos separados para protegerlos en caso de ataque. Finalmente, decidió enviar regalos a Esav con la esperanza de calmar su ira. Yaakov sabía que los desafíos más grandes no se enfrentan con una sola herramienta, sino combinando fe, estrategia y acción.
La noche antes de encontrarse con Esav, Yaakov se quedó solo. Es en la soledad más profunda donde podemos encontrarnos con nosotros mismos. Yaacov, aun con miedo se sumergió en esa soledad, fue por este gesto de valentía y Emuna apareció un hombre misterioso que comenzó a luchar con él. La lucha no fue solo física; representaba algo más profundo, una batalla interna. Durante horas, Yaakov peleó con todas sus fuerzas, negándose a rendirse incluso cuando el hombre lo hirió en la cadera. Finalmente, al amanecer, Yaakov prevaleció. El hombre, que en realidad era un ángel, lo bendijo y le dio un nuevo nombre: Israel, que significaba “el que lucha con D’os y con los hombres, y prevalece”.
Esa noche marcó un antes y un después en la vida de Yaakov. La lucha con el ángel no solo lo transformó físicamente, dejándole una marca que lo acompañaría siempre, sino que también lo transformó espiritualmente. Fue una batalla contra sus propios miedos y limitaciones, una confrontación con su yo más profundo. Yaakov no solo ganó un nuevo nombre, sino también una nueva identidad, más fuerte y alineada con su propósito.
Al día siguiente, llegó el momento de enfrentarse a Esav. Con valentía y humildad, Yaakov avanzó hacia él. Contra todo pronóstico, Esav no reaccionó con violencia; en cambio, lo abrazó. Aunque la reconciliación no fue completa y Yaakov siguió siendo cauteloso, este encuentro fue una victoria en sí mismo. No porque el conflicto con su hermano se resolviera del todo, sino porque Yaakov había enfrentado su pasado y superado el temor que lo paralizaba.
La parasha continua con muchos desafíos para Yaakov. Poco después, enfrentó otras pruebas que pusieron a prueba su fortaleza: la tragedia de su hija Dina y la muerte de su amada esposa Rajel al dar a luz a su hijo Binyamin. Estos eventos fueron dolorosos, pero Yaakov nunca dejó de avanzar. Cada desafío lo moldeaba, lo fortalecía y lo acercaba más a su propósito como patriarca de una nación.
La historia de Yaakov es un espejo de la vida misma. Todos enfrentamos luchas internas y externas. A veces, estas batallas nos dejan heridas, pero también nos transforman. El crecimiento personal no es un camino fácil, pero es en los momentos más difíciles donde encontramos nuestra verdadera fuerza. Yaakov nos enseña que, aunque las pruebas nos parezcan insuperables, con perseverancia, fe y acción, podemos salir fortalecidos y más cerca de cumplir nuestro propósito.
Así, Yaakov siguió adelante, con una nueva identidad y con las marcas de su lucha, recordándonos que cada batalla librada con valentía nos acerca a lo que estamos destinados a ser.
Graciela Cobe