Esta semana mis hermosos seres leemos una doble porción de la Tora: Ajarei Mot – Kedoshim. Entre ambos textos hay para tirar highlights al techo, dos porciones muy ricas a nivel contenido y espiritualidad.
Pero hay una de Kedoshim que me interpelo más este año. Kedoshim tiene una de las más famosas e importantes Mitzvot de la Tora: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. (Lev. 19:18 ) Rabí Akiva llama a este mandamiento “Klal Hagadol Batora” – “el principio central de la Torá”. Es la Golden Rule clásica que encontramos en casi todas las grandes tradiciones morales y espirituales alrededor del mundo.
Un poco más adelante en ese capítulo de Vaykra, encontramos otra Mitzva: “Cuando extraños residan con vosotros en vuestra tierra, no los maltrataréis. Los extranjeros que habitan con vosotros serán para vosotros como vuestros propios ciudadanos; Amarás al extranjero como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. (Lev. 19:33-34 )
Cuando leemos y escuchamos “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, está bueno preguntarnos ¿qué pensamos y entendemos por “prójimo”? ¿se refiere a toda la familia humana? Creo que la Torá, sin embargo, considera claramente dos categorías separadas de personas: conocidos / vecinos y extraños / extranjeros, a quienes debemos tratar con amor y cuidado. Comprendo que las clasificaciones de la Torá reflejan una representación mucho más matizada y precisa de la naturaleza humana que cualquier simpleza contemporánea sobre cómo necesitamos amar a todos/as. Porque, de hecho, no solemos tratar automáticamente a una persona extraña como tratamos a un conocido. Parece que hay un cálculo moral en tratar bien al prójimo: porque uno también quiere ser bien tratado. Este, a simple vista, es un contrato social básico entre personas que comparten la vida en una sociedad o comunidad. El extraño es alguien en quien no tenemos, inicialmente, ningún vínculo, lazo y/ o apego. A veces no nos nace ningún incentivo de interés propio que nos haga querer volvernos hacia el extraño, conocerlo o ayudarlo.
Por lo tanto, la Torá insiste en que cuando nos encontramos con un extraño, podamos trascender del interés propio y, en cambio, ponerle primera a la empatía. Para lograr eso, debemos ser capaces de identificarnos, conectar y empatizar con el extraño e imaginar cómo se debe sentir estar en aquella situación (solo, en una tierra ajena o en un lugar nuevo y/o diferente). En Shemot 23:9 nos recuerdan , “No oprimirás al extranjero, porque tú conoces los sentimientos del extranjero, habiendo sido vosotros mismos extranjeros en la tierra de Egipto”.
La Torá repite estas instrucciones en varias formas más de tres docenas de veces, más que cualquier otra Mitzva. Mi teoría es que las reglas que más se repiten son las que la gente necesita más seguir y prestarles atención. La Torá insiste en que todos los seres fuimos creados a imagen divina. Todos merecemos ser tratados con dignidad, cuidado y respeto (todos es donde nadie queda afuera).
Una de las genialidades del judaísmo es que diariamente, al mejor estilo de un mantra, repetimos y contamos sobre la historia sobre nosotros mismos y nuestros orígenes como extraños en una tierra extraña. Este relato, para mí, está destinado a despertarnos, a unirnos, a mirar y conectar con aquellas personas que aún se sienten extraños en nuestra tierra. La historia judía, se toma en serio, el ejercicio de la empatía, una práctica milenaria y humanizadora. Es por eso que en este Shabat escuchemos la invitación a aproximarnos a esa persona que todavía no conozco, de esa que todavía no se mucho y a la vista me resulta nuevo o diferente para que se demuestre que cuando nos acercamos, conversamos, escuchamos y conectamos y vemos que todos somos humanos, lo extraño sea que no lo empieces a hacer más seguido.
Shabat Shalom
Wally Liebhaber