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Haftará Vaietze

OSHÉA 12:13-14:10

Hoy como ayer

Nuestro profeta es el primero de los profetas llamados menores, pero a la vez el mayor de los tres profetas contemporáneos a él: Amós, Isaías y Mijá.

La tradición rabínica lo sitúa en la época del reinado de Joroboam II, entre los años 786-746 a.e.c.

Este período fue próspero, esplendoroso, pero la idolatría reinaba en él. Caracterizado por un momento de degradación moral y religiosa, llevaron a Oshéa a considerar los bienes materiales como la idolatría misma en esos momentos, quizás tomando como representación el becerro de oro.

La profecía de Oshéa es una de las más difíciles de interpretar de todo el Tanaj.

Se lo considera el profeta de la justicia y el amor, tomando tal como otros profetas lo hicieron, la idea del intenso amor entre D’s y el pueblo de Israel, como una especial pareja de esposos.

Nos habla del amor celestial encharcado por pasiones humanas.

En estas pasiones humanas se hacen presentes “otros dioses”, aquellos que aceptan compartir su trono con otras deidades, no así A’d, ya que Su amor es total y completo.

Uno de los conceptos más importantes que nos acerca este profeta es la gran importancia que le da a la Teshuvá, donde pone toda la esperanza en el regreso de cada tribu, en el regreso de cada uno a A’d y a la unión de Israel.

No estamos tan lejanos a aquellas épocas…

Cuántas veces encontramos al pueblo al que pertenecemos, del que formamos parte, divido en reinos, donde las diferentes ideas, la distinta forma de pensarnos y pensar en nuestras comunidades hace muchas veces que nos desconozcamos unos a otros.

Así es como estallan las guerras intestinas, nuestras “tribus” se dividen, se apartan unas de otras y hasta se desconocen creyendo que la verdad acerca de cómo amar a D’s y cumplir sus preceptos tiene una marca registrada y que si no se hace de esa manera no es aceptada y se arrogan el derecho de decir qué es válido y qué no.

Nosotros debemos ocuparnos de no discriminar.

Todo dependerá de la kavaná, la intención y cuánto pongamos de nosotros mismos en acercarnos al prójimo, a D’s, porque ese es el valor supremo.

Hace no tantas parashiot atrás leímos la historia de Caín y Abel, nos preguntamos una y otra vez qué fue lo que hizo que D’s aceptara la ofrenda de Abel y no la de Caín, y podríamos pensar que fue justamente la forma de hacerla llegar, esa kavaná que puso Abel, donde la Torá nos dice que Abel también puso su ofrenda: gam u… y también, y ese u en la lectura se eleva al cielo.

Que podamos elevarnos también en cada acto que hagamos, aún en el que nos parezca más insignificante y haciendo Teshuvá nos encontremos con lo mejor de nuestros orígenes y de nosotros mismos.

Quizás resulte ser una buena forma para dejar la idolatría de cada día de lado.

Shabat Shalom uMeboraj
Am Israel Jai!
Norma Dembo

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