Jeremías 1:1-2:3
Como dijimos en otra oportunidad, recordemos que nuestro profeta nació en el 650 a.e.c.
Pertenecía a una familia de cohanim que fueron alejados del servicio sacerdotal durante el reinado de Shlomó. Vivió la caída de Nínive y la aniquilación del imperio asirio, y también la destrucción del primer templo a manos de Babilonia en el 586 a.e.c.
En general vemos que las haftarot acompañan en su temática a las parashiot, pero hay algunas veces, como ésta, en que tienen relación directa con nuestro luaj. Así, cuando Parashat Pinjás se lee después del 17 de Tamuz, leemos esta haftará, la primera de tres haftarot llamadas “tlat depuranutá”, las haftarot del infortunio, con dos profecías de Jeremías y una de Isaías. Estas haftarot no tienen analogías con las parashiot.
Las tres semanas que transcurren entre el 17 de Tamuz y el 9 de Av son históricamente días aciagos para el pueblo de Israel. Recuerdan la destrucción de los dos santuarios de Jerusalem, el primero en 586 a.e.c, y el segundo en el 70 de la e.c. Recordemos que el 17 de Tamuz es el momento en que las murallas de la sitiada Jerusalem ceden a los invasores y el 9 de Av es el día de la destrucción del beit hamikdash. A este tiempo lo conocemos como “ben hametsarim”, tiempo entre las angosturas. Luego de estas tres haftarot de infortunio vendrán siete de consuelo, por lo cual nuestros sabios nos recuerdan que la benevolencia de D’s es siempre mayor que Su ira.
Jeremías es enviado por D’s para desarraigar y arrancar, para destruir y derribar, y para construir y plantar. Cuatro verbos nos hablan de la destrucción y dos de la construcción. Nos hablan de que la destrucción será grande pero también, aunque en menor medida, dos verbos, nos traen un mensaje de esperanza y de bien.
Jeremías tiene una primera visión: ve una vara de almendro, cuya característica es que tarda veintiún días entre que florece y da frutos; nos habla de la calamidad que se avecina en ventiún días. A partir del 17 de Tamuz hasta el 9 de Av es lo que tardó en ser destruído el templo.
Una segunda visión le muestra una olla que hierve de cara al Norte, que es de donde vendrá el mal, la idolatría, el pueblo será castigado por estas transgresiones. Pero también nuestro profeta nos trae un llamado de consuelo: Israel continuará siendo Santo para D’s.
Ha pasado mucho tiempo. Han pasado muchas cosas, hechos históricos terribles y otros, esperanzadores. En muchos casos hemos podido mirar la historia desde distintos ángulos. Hoy, nos encontramos ante el milagro de una Israel pujante y viva, una Israel que le brinda al mundo descubrimientos científicos que nos ayudan a todos a vivir más y mejor. Una tierra de Israel que es admirada y por eso también tantas veces envidiada. Una tierra que nos hace pensar que más allá de los odios y las milenarias luchas, estamos de pie defendiendo lo nuestro y compartiéndolo con todos aquellos que deseen tomar de nuestra leche y miel.
Más allá del respeto y recuerdo por nuestra historia, y del dolor padecido, tenemos mucho que celebrar: la vida que estamos disfrutando a pesar de todas las angosturas sufridas.
¡Amijai!
¡Mi pueblo vive!
¡Shabat Shalom!
Norma Dembo