
La parashá de esta semana, Pinjás, comienza con un episodio que no deja de incomodar: Pinjás, nieto del sacerdote Aharón, actúa con violencia y mata a un hombre israelita junto a una mujer midianita en medio del campamento. Sorprendentemente, Dios no solo no lo reprende, sino que le otorga un pacto de paz y lo recompensa con el sacerdocio eterno.
¿Cómo podemos entender que una acción tan drástica sea respondida con un “pacto de paz”? ¿No es eso una contradicción? La tradición judía no pasa por alto esta tensión. Algunos sabios interpretan que, en ese contexto específico, la acción de Pinjás detuvo una espiral de transgresión y caos que amenazaba al pueblo. Otros, en cambio, advierten sobre los peligros del fanatismo, incluso cuando se lo justifica en nombre de Dios.
Quizás el mensaje más profundo que nos deja la Torá es que la verdadera intención detrás de una acción importa tanto como la acción misma. Pinjás no actuó por odio, sino por un deseo sincero de proteger la santidad del pueblo. Pero al mismo tiempo, el pacto que recibe es de shalom, paz, como una señal de que el ideal último no es la violencia, sino la reconciliación y la armonía.
La parashá también incluye otros momentos significativos, como la historia de las hijas de Tzelofjad, quienes reclaman su derecho a heredar la tierra con respeto, firmeza y sin recurrir a la confrontación. Su valentía representa otra forma de liderazgo: el que transforma las normas con justicia y dignidad.
Entre el celo y la justicia, entre la pasión y la paz, Pinjás nos desafía a reflexionar sobre cómo actuamos frente a lo que consideramos injusto. ¿Lo hacemos desde la destrucción o desde la construcción? ¿Desde el enojo o desde el compromiso por un mundo más justo y sagrado?
Shabat Shalom!