
¿Qué hacemos con las bendiciones que ya tenemos?
Hay palabras que decimos sin pensar. Frases que repetimos cada viernes, cada ceremonia, cada encuentro con lo sagrado. Palabras que nos emocionan aunque no siempre sepamos por qué.
Una de esas frases es la que nace en el centro de la Parashá más larga de toda la Torá, Parashat Nasó:
“Ievarejeja Adonai veishmereja…”
“Que Dios te bendiga y te guarde.
Que haga brillar Su rostro sobre ti y te otorgue gracia.
Que eleve Su rostro hacia ti y te conceda paz.”
La Birkat Cohanim, la bendición sacerdotal, no es solo un texto antiguo. Es un puente. Una de las pocas fórmulas que sobrevivieron intactas al paso del tiempo, a los exilios, a las rupturas.
Cada vez que la recitamos —sobre nuestros hijos, en una jupá, en una ceremonia de bar o bat mitzvá— nos estamos conectando con algo mucho más profundo que un deseo bonito.
Estamos invocando lo más sagrado: el deseo de que el bien nos alcance. Pero también estamos reconociendo, aunque no lo digamos en voz alta, lo frágil que es el bien cuando no lo sabemos cuidar.
Porque… ¿qué es en realidad una berajá?
En estos tiempos donde todo debe poder verse, medirse, comprobarse… la palabra bendición puede sonar ingenua. ¿Es una especie de magia? ¿Un deseo piadoso? ¿Un privilegio espiritual? ¿Acaso esperar una bendición no es una forma de pedir que algo “nos salga bien” sin tanto esfuerzo?
Y sin embargo, cuando volvemos al texto, la Torá nos pone delante una idea mucho más incómoda y exigente. El pasuk no dice solo: “Que Dios te bendiga.”
Dice: “Que Dios te bendiga y te guarde.”
Rashi, con su lucidez habitual, nos ayuda a desmenuzarlo: “Te bendiga”: que se multipliquen tus posesiones. “Y te guarde”: que no vengan otros a quitártelas.
Y el Netziv, Rav Naftali Zvi Yehuda Berlin, agrega: La bendición no es un regalo garantizado.
El que estudia, debe cuidar que su sabiduría no se vuelva arrogancia.
El que tiene bienes, debe cuidar que sus posesiones no lo alejen de los demás ni de sí mismo.
Qué idea poderosa: la bendición no se completa al recibirla. Se completa al cuidarla.
Y ahí, otra vez, la Torá no da respuestas. Nos hace preguntas.
¿Qué hacemos con las bendiciones que ya tenemos? ¿Qué hacemos con esa familia que formamos? ¿Qué hacemos con esa salud que damos por sentada? ¿Qué hacemos con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros amigos?
La vida nos bendice muchas más veces de las que registramos. Pero solo notamos las bendiciones cuando las perdemos. Y sólo ahí entendemos lo que significaban.
Por eso la Torá no pide solo que seamos bendecidos. Nos pide que sepamos agradecer.
Y nos recuerda algo más: Pedir bendición y no cuidarla es como prometer Teshuvá sin intención de cambiar. Entonces, esta semana, frente a estas palabras sagradas, la pregunta es personal: ¿Cuánto cuidamos de las bendiciones que ya recibimos del cielo?
Mirá a tus hijos. Mirá a tus padres. Mirá a tus amigos. Mirá tu trabajo, tu casa, tu salud.
Mirá incluso tus lágrimas y tus búsquedas: también ellas son bendición.
Y preguntate: ¿Las estoy cuidando?
Rab. Sarina Vitas