Elogio de la diferencia.
Comentario a Levítico 21:1-24:23
Alguna vez leí que basta una palabra para desatar un cúmulo de sensaciones y emociones. Y también, pueden ser catalizadores para estimular un proceso de reconstrucción, porque se puede sanar “a través de la búsqueda de sentido”, tal como lo proponía Viktor Frankl.
La palabra “mum” מ֔וּם, traducida como imperfección o defecto, aparece diez veces en el libro de Levítico, todas ellas en la porción de la Torá que nos reúne esta semana. Al menos en mi subjetividad, “mum” tiene una carga peyorativa, una etiqueta negativa, un adjetivo despectivo.
Por eso siempre me interpelaron los versículos que exceptuaban a un cohen de realizar el servicio del Templo por sus “mumim”. Asi, quedaban excluidos los ciegos y los que tenían defectos en la nariz o los ojos, los rengos, los que tenían un brazo o una pierna lisiada o un miembro más largo que el otro, los jorobados o enanos, o con ciertas afecciones de la piel… (Lev. 21:16-23.)
Toda una sección que delimita quién no puede participar. Además, no sólo los sacerdotes deben estar libres de defecto, sino también sus ofrendas. (Lev. 22:17-25).
Al parecer, no hay lugar para imperfecciones de ningún tipo. Se requieren sujetos con cuerpos completamente funcionales y simétricos. El axioma es: “Personas perfectas” deben presentar “ofrendas perfectas” para el ritual… perfecto.
¿Hay algo que los haga sentir incómodos en estos párrafos?
Justamente, es un texto que pide a gritos que lo interpretemos, y yo seré el primero en levantar la mano pidiendo explicaciones ante tanta perfección excluyente. ¿Dónde hay lugar para lo que no se ajusta a la norma, lo diferente, la simple imperfección humana? ¿Cómo podría ser posible?
Para nuestra sensibilidad moderna esto parece demasiado. ¿Por qué las características externas de una persona deberían afectar su capacidad para cumplir su función? ¿Realmente le importa a D-s cómo luce un cohen?
No sólo la sociedad contemporánea encontraría preocupantes estas disposiciones. El malestar por estas exclusiones parece remontarse a la época en que ya no había un Templo en donde ofrecer sacrificios. El papel del cohen ahora es bendecir al pueblo con birkat kohanim, la bendición sacerdotal. Y aquí también encontramos inhabilitaciones para el servicio.
La Mishná afirma: “Un cohen que tiene mumim en sus manos no puede levantarlas (para recitar birkat kohanim). Rabí Yehuda dice que incluso alguien cuyas manos estén coloreadas con “satis” (una tintura azul), no puede levantarlas (para recitar birkat kohanim) porque la gente lo mirará”. (Talmud Babli, Meguilá 24b)
Pero es la explicación de la Guemará la que lleva esta cuestión un paso más allá, dando varios ejemplos de cohanim que tenían defectos particulares que según la norma los descalificaban, pero que sin embargo, se les permita cumplir su cometido:
“Rabí Yoḥanan dijo: Quien es ciego de un ojo no puede recitar la Bendición Sacerdotal porque la gente lo mirará fijamente. La Guemará pregunta: ¿No había cierto sacerdote que era ciego de un ojo en el vecindario del rabino Yoḥanan, y recitaba la Bendición? La Guemará responde: Ese sacerdote era una figura familiar en su pueblo, y por lo tanto no les llamaría la atención (durante el servicio)”. (Talmud, up supra).
Una vez que la gente se acostumbraba a un cohen en particular y a sus defectos, estos ya no eran vistos como una distracción por su comunidad. Seguramente no tenían un cohen ideal, pero sin duda, tenían un cohen real, perfecto para ellos.
El enfoque de la Guemará hacia los cohanim con mumim puede servir como modelo de cómo relacionarse con las personas con discapacidad. La Guemará nos enseña que a medida que aumentamos nuestras interacciones con personas que son diferentes a nosotros, con el tiempo esas diferencias (incluidas las discapacidades físicas) ya no serán la característica definitoria de la persona, y seremos capaces de ver a cada persona en su completitud.
Hoy en día, tristemente con demasiada frecuencia, las personas vemos primero la silla de ruedas, el bastón blanco y el implante auditivo. Vemos el defecto y la discapacidad antes que a la persona.
Ludwig Wittgenstein, considerado uno de los pensadores más originales e influyentes del siglo XX, planteó que existe una relación entre las palabras y las cosas: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Tractatus: 5.6).
Wittgenstein, como epítome de una vida difícil escribió: “Me recuerdas a alguien que mira por una ventana cerrada y no puede explicarse los extraños movimientos de un transeúnte. No puede decir qué tipo de tormenta se está desatando allí o si esta persona puede tener dificultades para mantenerse en pie”.
No trato de buscar respuestas, sino compartir con cada uno de ustedes mis propias preguntas. Cada uno se mueve por la vida con resistencias que a otros les parecen insignificantes o inexistentes. No podemos saber con qué están luchando otras personas. No hay dos personas ni dos luchas exactamente iguales.
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Mientras sigo repitiendo en mi mente esta frase como un mantra, un descubrimiento me reconcilió con mis preguntas, y me abrió una puerta desafiante a las ideas que dieron forma a esta reflexión. Encontré… una bendición.
Si. Una bendición extraordinaria. Una Brajá para mí y para muchas personas imperfectas como yo. La ley judía prescribe la recitación de una bendición al ver una persona “inusual”. Aunque existe una amplia gama de opiniones acerca de que a qué se refiere con “inusual”, la misma se podría recitar ante una persona extremadamente alta, un enano, un albino, ante “personas con rostros o extremidades desfiguradas, o si nacieron con una discapacidad”, uno debe recitar la bendición: “…meshane habriot”, “…que haces a las criaturas diferentes”. (Mishné Torá, Bendiciones 10:12)
Si las palabras constituyen “imágenes” de la realidad, Frankl y Wittgenstein interpretarían aquí que el sentido de la imperfección o de la discapacidad no es una minusvalía si también encierra en sí misma una bendición.
Quizás el defecto que creemos excluyente no es más que una pieza distinta, que cada tanto aparece para enriquecer el entorno, transformando para siempre una pareja, una familia, un equipo de trabajo o una comunidad, aportando una mirada que de otra manera nunca habrían alcanzado.
Ben Azzai solía decir: “No menosprecies a ninguna persona, no subestimes la importancia de nada porque no hay persona que no tenga su hora, y no hay cosa que no tenga su lugar”. (Pirkei Avot: Capítulo 4 – Mishná 3)
Tal vez todo esto viene a enseñarnos que hay diferentes capacidades en el mundo, que cada una puede manifestarse de distintas maneras, pero todas ellas nos brindan oportunidades para buscar a D-s y experimentar la realidad divina de maneras inesperadas.
Shabat Shalom amigos!
Seba Cabrera Koch