
La melodía como testimonio
Parashat Haazinu nos entrega uno de los textos más poéticos y trascendentes de la Torá.
Moshé, sabiendo que su tiempo llega a su fin, no deja a Israel un discurso legal ni una lista de mandamientos. Elige otra forma: deja una canción.
“Haazinu hashamaim vahadaberá, vetishmá haaretz imrei fi” — “Escuchad, oh cielos, y hablaré; y oiga la tierra las palabras de mi boca” (Devarim 32:1).
Moshé convoca a los cielos y a la tierra como testigos eternos, que no perecen ni olvidan. La historia del pueblo queda grabada en la naturaleza misma: en el cielo y en la tierra. La memoria, ya no depende de la fragilidad humana, sino de los elementos que acompañan a todas las generaciones.
El canto es, en sí, un testimonio. No es solo poesía, es la declaración de un destino.
Haazinu nos recuerda que Israel vivirá etapas de cercanía y de alejamiento, de fidelidad y de traición, de caída y de redención. Y, sin embargo, la voz del pueblo nunca será silenciada: siempre habrá cielos y tierra para recordarla.
¿Por qué una canción? Porque el canto atraviesa la razón y toca el alma. Las palabras dichas pueden olvidarse; las que se cantan se graban en la memoria colectiva. Moshé nos enseña que lo que asegura continuidad no siempre es la normativa, sino las palabras que vibran en lo profundo del corazón y dan propósito a la vida.
El Midrash explica que Moshé invoca al cielo y a la tierra porque son los únicos que siempre estarán presentes. Un líder muere, una generación se apaga, pero el cielo seguirá brillando y la tierra seguirá dando sus frutos. La vida humana es frágil, pero la misión del pueblo es eterna.
Hoy, miles de años después, seguimos recitando este cántico y sentimos que todavía habla de nosotros: de nuestras dudas, búsquedas y esperanzas. El canto de Haazinu se renueva en cada generación, con lágrimas y con alegrías.
Moshé nos muestra que, incluso al final de la vida, se puede cantar. Cantar no niega el dolor; es una forma de enfrentarlo. Cuando cantamos, transformamos la memoria en esperanza, el recuerdo en fuerza, el compromiso en futuro. Y así como Haazinu fue testimonio, también lo es nuestro himno nacional, Hatikva. Nacido en tiempos de exilio, proclamó la esperanza de volver a Sión. Hoy, en medio de desafíos y amenazas, seguimos cantándolo con la misma convicción: Am Israel Jai — el pueblo de Israel vive.
Que en este mes lleno de jaguim sepamos escuchar el eco de Haazinu y del Hatikva: cantos que no son solo del pasado, sino testimonios vivos que nos recuerdan que nuestra historia importa, nuestra fe perdura y nuestra esperanza nunca muere.
Rab. Sarina Vitas