Parshat Pekudei da fin al segundo libro de la Torá, Shemot. Es la conclusión de una parte de la historia del pueblo judío en el desierto, el cierre de un proceso de liberación que comenzó en Egipto con la esclavitud y que culmina con la construcción de un lugar de culto propio, dando espacio a la liberación colectiva.
El Mishkan es el lugar donde la conexión directa con lo Divino se hace realidad, un templo móvil que albergaba la presencia de Dios a través de las personas que lo componían.
La Tora nos cuenta qué “la nube de Dios estaba sobre el Mishkan (Tabernáculo) de día y fuego había de noche en él” (Shemot 40:38)
La nube, dada su naturaleza, esconde y oculta las cosas, mientras que el fuego por el contrario, tiende a iluminarlas para que puedan ser vistas con claridad.
Hay veces que la vida misma nos nubla la vista, la mente, nuestras ideas. Hay días que sentimos qué llegan nubes que nos provocan ceguera y no permiten ver aquel tesoro oculto que se esconde la vida cada día.
Para otros, la vida es iluminada por el fuego, que viene a poner luz en aquellos lugares en donde aún reina el caos, viene a dar respuestas ante los misterios y vaivenes de nuestra vida.
Cada uno de nosotros es considerado como un santuario. Cuando sentimos que la luz nos ilumina como el fuego, y estamos convencidos que el camino que tomamos es el correcto, entonces la fortuna brilla sobre nosotros. Cuando solo vemos la nube sobre nuestras cabezas, la cual oscurece la vida, sentimos que el camino es incierto , y por ende la vida se nos hace cuesta arriba.
Nuestra parashá nos deja un poderoso mensaje, para poder abrir nuevos libros en nuestra vida, poder dejar atrás aquel pasado que nos nubla los días, debemos encontrar dentro de nosotros, en nuestro mishkan qué llamamos nuestra alma, el fuego que nos haga volver a levantarnos con fuerza todos los días, y de esa manera llenar de luz nuestros caminos, y especialmente el de quienes nos acompañan en cada paso que damos.
Shabat Shalom
Sem. Mati Bomse