
En la parashá Tazria-Metzora, la Torá nos habla del proceso de purificación de quien ha sido afectado por tzaráat, una afección que los sabios interpretan no solo como física, sino también como un reflejo de conflictos internos o sociales, especialmente aquellos causados por el mal uso de la palabra. La persona debía aislarse del campamento, no como castigo, sino como parte de un camino hacia la introspección y la reparación.
La haftará que acompaña esta parashá, tomada del segundo libro de Reyes, nos presenta a cuatro hombres que también estaban afuera del campamento, excluidos por su condición de metzoráim (leprosos). En un contexto de crisis (la ciudad de Shomron está sitiada y su pueblo, desesperado) estos cuatro marginados descubren algo extraordinario: el enemigo ha huido misteriosamente, y su campamento está vacío. La salvación llegó, pero nadie lo sabe aún.
Lo fácil hubiera sido quedarse con ese descubrimiento para ellos. Pero en un momento de lucidez y responsabilidad, dicen: “No hacemos bien. Hoy es un día de buenas noticias, y nosotros callamos”. Y así, estos hombres, excluidos por su impureza, se convierten en los portadores de esperanza para toda una ciudad.
Este episodio conmovedor nos deja enseñanzas profundas. A veces, quienes están en los márgenes (por enfermedad, por exclusión social, por prejuicios) son quienes pueden ver lo que otros no ven. Son ellos, desde afuera, quienes a veces tienen el coraje de actuar, de hablar, de anunciar la posibilidad de una vida diferente.
También nos recuerda que no podemos guardar la esperanza para nosotros solos. Que cuando somos testigos de algo bueno, cuando descubrimos una salida, una bendición o una oportunidad, estamos llamados a compartirla.
La haftará de Tazria-Metzora transforma la figura del metzorá: de símbolo de impureza y aislamiento, pasa a ser testigo del milagro y portador de buenas noticias. Y nos invita a preguntarnos: ¿en qué momento nosotros mismos necesitamos salir del silencio, cruzar la frontera y anunciar la esperanza?
Que sepamos reconocer la dignidad de cada persona, incluso de quienes han sido relegados. Y que podamos ser, cada uno y cada una, mensajeros de bien, aún desde los márgenes.
Shabat Shalom.