
Ki Tetze la Parshá de esta semana nos invita a detenernos y pensar cómo nos relacionamos con quienes nos rodean, y a repensar también el modo en que habitamos el mundo.
Nos conecta con el amor y la desesperación, con la soledad y el odio, con nuestras frustraciones y con nuestros miedos. Al mismo tiempo, nos habla de vínculos: entre hombres y mujeres, padres e hijos, empleadores y empleados, e incluso entre seres humanos y animales. La Torá nos presenta escenas donde las relaciones se vuelven frágiles y donde el deseo y la pasión tienen un papel central.
Baruj Spinoza nos enseñó que el ser humano es, ante todo, deseo. El psicoanálisis retoma esta idea y nos recuerda que desear es un privilegio: una fuerza que nos impulsa a seguir adelante y que, al mantenernos en movimiento, nos separa de la muerte. Sin embargo, el deseo no debe convertirse en condena: no se trata de quedar atrapados en la frustración de lo que aún no tenemos, sino de aprender a disfrutar de lo que ya está en nuestras manos.
Hay una diferencia esencial entre reconocer que algo nos falta y vivir como si esa falta nos definiera. La plenitud no se construye en la espera de lo que vendrá, sino en la capacidad de saborear lo que tenemos hoy. Vivir el presente con intensidad, estar donde queremos, con quienes queremos y como queremos: esa es, en cierto modo, una forma de eternidad.
Y es justamente en este tiempo único, difícil y desafiante para el pueblo judío, y al acercarnos a los Iamim Noraim poder transformarnos en apasionados de la vida, capaces de salir al encuentro del deseo que nos impulsa a construir relaciones con más amor, con más paciencia y con más fe. Que nuestra tradición milenaria siga siendo la brújula que nos sostiene en la búsqueda de nuestros objetivos más profundos.
Sem. Mati Bomse