Espejos que se reflejan, como cuadros dentro de cuadros: Velázquez, Ezekiel, Maharal y Goldberg
Ezekiel 22:1-19
El Museo del Prado, en Madrid, atesora una de las obras más exquisitas, por su belleza y singularidad: Las Meninas, de Diego Velázquez.
Es mucho más que una gran obra: es una de las pinturas más complejas de la historia del arte. El uso magistral de la luz, la perspectiva, y el énfasis en los espejos y sus reflejos, son las claves para los que se aventuran a interpretarla.
Lo más interesante, es que los verdaderos protagonistas se encuentran fuera del lienzo: las miradas de los personajes retratados parecen mirar fijo a los ojos del espectador… Las interpretaciones son múltiples, pero la magia (y la controversia) de los espejos del fondo de la composición, es que parecen situarnos a Ud. y a mí como partícipes de la pintura.
Estos pueden ser la perfecta analogía de uno de los principales objetivos de la reflexión que nos convoca esta semana: interpelarnos, haciéndonos sentir en el centro mismo de la escena.
Muchos comentaristas han observado la transición que sufre el Libro de Vaikrá en medio de Parashá Ajarei Mot. Paulatinamente deja de hacer foco en los rituales del Templo, para presentar leyes morales y éticas.
Parashá Ajarei Mot, comienza describiendo el ritual de Iom Kipur; no ofrecer sacrificios fuera del Templo; si se sacrifica un animal, su sangre debe ofrecerse ritualmente sobre el altar; si no es un sacrificio, la sangre debe cubrirse con tierra, y en ningún caso se debe comer sangre.
El texto continúa con una serie de prohibiciones sobre las relaciones sexuales incestuosas, consanguíneas o de diverso grado o parentesco, denominadas Guilui araiot, “mostrar o destapar la desnudez”.
Y como en una imagen espejada, la Haftará del Profeta Ezekiel encuentra a Jerusalén desolada precisamente por estas transgresiones: “Han descubierto la desnudez de sus padres, han violado a las mujeres durante su impureza. Han cometido actos abominables con las esposas de otros hombres; En su depravación, han contaminado a sus propias nueras, han violado a sus propias hermanas” (Lev. 22:10-11).
Los delitos cometidos hacen que las regulaciones descritas en la parashá estén espejadas en la haftará, transformando a Jerusalén en lo que Ezekiel llama la “ciudad del derramamiento de sangre” (Lev. 22:1).
Son culpables de asesinar inocentes, de oprimir a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas.
Sin embargo, fueron la promiscuidad, el incesto y el adulterio los signos contundentes de la decadencia y la perdición. Han perdido la santidad y el respeto al prójimo. Han perdido el límite. “Me han olvidado, declara D-s” (Lev. 22:12).
Parashá y Haftará dialogan en un quiasmo delineando una visión cruda del mundo, en una lección que viene directo desde el Sinaí y es parte de la condición humana: todo debe tener un límite.
Este sería, al menos, uno de los enfoques que explican las leyes de Guilui araiot: Rab. Yehuda Loew, más conocido como el Maharal de Praga, explica que según la opinión de Jazal, “gilui araiot es la forma más extrema de subyugación del hombre a su cuerpo físico”. Cuando una persona sucumbe, es como un animal que no tiene inteligencia ni comprensión, y todo su comportamiento es puramente instintivo.
El Maharal sugiere que surge de la preocupación excesiva por el propio ego, y la falta de amor y preocupación por los demás. Quizás, en un plano simple, Maharal intenta explicarnos que el ser humano debe aspirar a no dejarse llevar por el deseo.
Un individuo obsesionado con su propio yo y absorbido por la autogratificación, no ve las necesidades de los demás, no advierte el propósito del mundo que lo rodea. Vé a la contraparte como un objeto, un medio para su satisfacción, y no como un ser con sus propios deseos y un propósito en sí mismo. Vé la utilidad, y no la santidad.
Aunque el cumplimiento es responsabilidad de cada individuo, las prohibiciones de las araiot están profundamente arraigadas en la sociedad humana, y con ella vienen arraigados los intentos de explicar este tabú humano universal: según el Dr. Harvey Goldberg, “el tabú de las relaciones sexuales prohibidas son la piedra angular de la cultura humana”. (Dr. Harvey Goldberg, Enciclopedia Hebrea, “araiot, guilui” – volumen 27 p. 202).
Sus estudios antropológicos revelan que “en toda sociedad humana existe una prohibición (del incesto).
No existe ninguna sociedad en la que se permitan las relaciones sexuales entre un hombre y su madre o su hermana o su hija; de la misma manera no existe ninguna sociedad en la cual la prohibición se limita sólo a las relaciones de primer grado, más bien se extiende a las relaciones secundarias de diferentes maneras en cada sociedad”.
La cultura humana representa (o debería representar) la superioridad del Hombre por sobre el instinto animal: él, por sus elecciones, por sus creaciones sociales y culturales, por su pensamiento legal y científico, por su comprensión psicológica y religiosa, crea modos de contacto entre hombres y mujeres, y crea límites para las relaciones sexuales. Forja su conducta adecuándose a su perspectiva social.
De esta manera, como toda actividad humana, su actividad sexual también puede (y debe) ser elevada a un acto humano que lo distingue de los animales, y parte de la definición de “persona con capacidad de elección”. La respuesta aparenta ser sencilla: una persona es libre de moldear su propio comportamiento sexual, tanto para bien como para mal.
El hombre, al tener libre elección, podría elegir deshacerse de las limitaciones culturales y sociales, y dedicarse a la satisfacción de su apetito sexual sin límites. Al hacerlo, desecha conscientemente la cultura humana, las leyes de la sociedad, la tradición de sus antepasados, los mandamientos de su religión: no está actuando como un animal; más bien, se está poniendo a sí mismo en un nivel inferior.
Si actuamos así, no habrá nada que nos proteja de la autodestrucción y de la degeneración: tal como menciona la Torá “la tierra vomitará a sus habitantes” si rompemos los límites del comportamiento aceptable. (Lev. 18: 25-28).
En conjunto, Parashá Ajarei Mot y su Haftará son espejos que se reflejan mutuamente, como un cuadro dentro de otro. Uno puede ser la pregunta que nos incomoda y nos moviliza; y el otro, la verdad que nos invita a nuevas y mejores preguntas.
Rab. Jonathan Sacks decía que “el judaísmo siempre ha sido una religión de protesta. Siempre hemos sido conscientes de la brecha entre el mundo que es y el que debería ser”.
Construiremos una sociedad mejor cuando cada uno sea lo suficientemente valiente como para verse reflejado en las palabras milenarias del Profeta Ezekiel, y admitir que aún hay cosas por cambiar. En un mundo impregnado de consumismo, de racionalización de la espiritualidad y búsqueda desenfrenada de la satisfacción instantánea, el imperativo de este mensaje no podría ser más relevante.
¡Shabat Shalom amigos!
Seba Cabrera Koch