Haftara Miketz

Hay semanas en las que uno llega al Templo como quien cae en casa después de un día raro: con el pelo medio desordenado, con la cabeza en tres lugares distintos, con un par de mensajes pendientes y la sensación de que el mundo vino acelerado. Y uno piensa: “Bueno, me siento, respiro un poco, escucho lo que pueda y seguimos.” Pero los textos tienen ese timing incómodo y maravilloso de esperarte justo ahí, cuando todavía no te acomodaste en la silla, y te dicen bajito: “Che… no te vayas todavía. Escuchá un segundo.”

Y esta semana, la Haftará de Miketz te hace frenar desde una sola frase: “Shlomó despertó y… era un sueño.” (I Reyes 3:15). No suele pasar que el Tanaj diga así, sin anestesia, “era un sueño”. Es una manera muy elegante de avisarte que lo importante no es lo que pasó afuera, sino lo que se despertó adentro. Y ahí, sin que te des cuenta, ya estás dentro del puente con Iosef en Miketz.

Porque Iosef y el Rey Shlomó, cada uno en su siglo y en su mundo, hacen lo mismo: escuchan. Iosef escucha los sueños del Faraón y, con eso, salva a Egipto y a su familia (Bereshit 41:14–41). Shlomó escucha el sueño propio en Givón (I Reyes 3:5–14) y, paradójicamente, termina legitimando su reinado no por lo que ve, sino por lo que oye. Y si prestás atención, los dos reciben poder, pero ninguno se enamora del poder. Lo que los sostiene no es el cargo, es la capacidad de escuchar. Shlomó podría haber pedido larga vida, victoria o riqueza , D´s lo ofrece sin vueltas (I Reyes 3:11–13) y el tipo pide otra cosa: “lev shomea”, un corazón que escucha.

Y ahí es donde la historia se pone realmente humana. Porque cuando llegan las dos mujeres con el famoso juicio del bebé (I Reyes 3:16–28), no hay datos, no hay testigos, no hay cámaras de seguridad. Sólo hay dos relatos, dos dolores, dos voces. Y Shlomó, en vez de pelearse con las palabras, decide escuchar la intención. Pide una espada. Nunca para usarla. La pide para revelar, como quien tira un comentario incómodo en una reunión familiar sólo para ver desde dónde habla cada uno. Y pasa lo inevitable: la verdad sale sola. Una mujer grita: “¡Denle a ella el niño vivo! ¡No lo maten!” (3:26). La otra dice: “Ni para vos ni para mí: que lo partan.” (3:26). No hace falta un doctorado para entender. Hace falta oído. El Rambam dirá siglos después (Hiljot Sanhedrín 24:1) que un juez puede usar “medidas creativas” para revelar la verdad emocional. Shlomó lo entendió mucho antes que él: la verdad se escucha, no se fuerza.

Y entonces vuelve la pregunta que conecta Miketz con la Haftará: ¿qué hacemos con el poder que tenemos? No el poder grandilocuente, sino el poder cotidiano: el de ser padre, madre, docente, jefe, amigo, pareja, vecino, miembro de una comunidad. Yosef usa su don para cuidar vidas. Shlomó usa su sueño para cuidar justicia. ¿Nosotros desde qué lugar escuchamos cuando alguien nos habla? ¿Desde la respuesta que queremos dar o desde la verdad que el otro necesita decir?

La palabra que abre toda nuestra tradición es Shema “escuchá” y no es casual. Escuchar es tal vez el acto espiritual más difícil y, a la vez, el más transformador. Escuchar es dejar el ego en silencio un momento, frenar la ansiedad de contestar, soltar la necesidad de tener razón, y permitir que el otro entre. Escuchar es mirar a alguien y preguntarse: “¿Qué está tratando de decir realmente? ¿Qué no pudo poner en palabras todavía?” Escuchar no es una técnica: es una forma de estar en el mundo.

Y ahí aparece algo que no tiene que ver sólo con los textos, sino con la vida misma: el descubrimiento de que la escucha no es un gesto individual, sino un clima que se construye entre personas. Un espacio donde uno puede llegar como viene con alegrías, con preguntas, con angustias, con silencios largos, con ganas de hablar o de quedarse quieto y aun así sentir que hay alguien del otro lado, que hay un lugar donde la palabra cae suave y no rebota. Escuchar mejor no es un músculo privado: es un acto de presencia compartida.

La Haftará dice que Israel vio en Shlomó “jojmá Elohit”, una sabiduría divina para hacer justicia (I Reyes 3:28). Y recién ahí lo reconocen como rey sobre todo Israel (I Reyes 4:1). No fue rey cuando lo ungieron. Fue rey cuando supo escuchar.

Tal vez ese sea el mensaje más profundo de Miketz para este momento del año: que si afinamos el oído, si bajamos un cambio, si damos un poco más de espacio, si nos animamos a escuchar los sueños, los miedos, las historias y también los silencios de quienes tenemos cerca, entonces algo en nosotros también se ordena. Algo se eleva. Y aparece esa sensación tan simple y tan difícil de explicar: la de pertenecer a algo más grande que uno, sin necesidad de nombrarlo.

Porque al final, Iosef interpretó sueños, Shlomó interpretó corazones…y nosotros, cuando escuchamos de verdad, interpretamos vida.
Shabat Shalom.

Wally Liebhaber

Parasha Miketz

Estamos viviendo la hermosa fiesta de las luces, conocida también como la fiesta del milagro. ¿Cuál fue el milagro verdadero?

Algunos dicen que el milagro fue que el aceite que encontraron luego de la destrucción del Templo, duro 8 días, otros que en realidad el milagro fue haber encontrado el aceite, y otros que el milagro fue que alguien, sabiendo que la destrucción terminaría, esconde un aceite apto para la Menora esperando que otro alguien lo encontrase.

Una mano para otra mano, sin ningún tipo de esperanza divina.

En Jánuca somos llamados a encender nuestra Janukia en la ventana que da a la calle, y el motivo de esto es que aquellos que estén del otro lado del vidrio, aquellos que no tengan a donde ir, se encuentren con nuestras luces y en ellas la esperanza de poder encontrar un norte.

En el paso del tiempo entendimos, que no hay posibilidad de esperar a que algo suceda, sino rezar con los pies y ser nosotros hacedores de grandes milagros.

Venimos estudiando la historia de Iosef, aquel gran Rey de los Sueños, quien tuvo la suerte o mala suerte de que todo, absolutamente todo le saliera mal.

Me explico:
– Nace siendo hijo preferido, sus hermanos lo odian.
– Crece solo y al querer juntarse con los hermanos, es tirado a un pozo y vendido a Egipto como esclavo.
– Crece en egipto hasta transformarse en alto jerarca del país entero y vuelve a ser arrojado a otro pozo con forma de carcel, donde pasa tiempo allí, volviendo a ser nadie, querido por nadie.
Pero Iosef, tiene algo que lo hace único. Iosef es un soñador.
Él nunca deja de soñar para volver una nueva vez a lograr sus sueños.

Todos en algún momento somos Iosef, sentimos que vamos de pozo en pozo, que todo sale mal, pero nunca debemos dejar de soñar para llegar alto.
Todos somos una vela de Jánuca en la ventana de nuestro hogar. Tenemos la oportunidad de ser luz y milagro para los nuestros, y los que están afuera.

Sepamos todos, que los milagros no caen del cielo. Los verdaderos milagros, salen de tus manos y tus pies.

¡Shabat Shalom Amijai!
¡Jag Sameaj!
Sem. Brian Bruh

Haftara Vaieshev

La haftará de Parashat Vaieshev, tomada del profeta Amós, no es una lectura cómoda. No
busca tranquilizarnos ni confirmarnos que “todo está bien”. Al contrario: Amós irrumpe con
palabras directas, duras, casi incómodas, para describir una sociedad que ha perdido de
vista el valor de la persona. Cuando leemos que “venden al justo por dinero y al pobre por
un par de sandalias”, es imposible no sentir que el texto nos mira a los ojos.
El diálogo con la parashá es inmediato. En Vaieshev, los hermanos de Iosef deciden
deshacerse de él vendiéndolo. Lo transforman en mercancía, le quitan nombre, voz y lugar
dentro de la familia. No es solo una traición personal, es la expresión de una lógica
peligrosa: cuando el otro deja de ser sujeto y pasa a ser un medio.
Amós denuncia exactamente esa misma lógica, pero a nivel social. Su crítica no apunta solo
a hechos aislados de injusticia, sino a una estructura que permite —y hasta normaliza— la
opresión. Lo más fuerte es que esta sociedad no se presenta como “alejada de Dios”: reza,
cumple rituales, se reconoce como pueblo elegido. Y sin embargo, algo esencial está roto.
Ese es, quizás, el centro del mensaje profético: la imposibilidad de separar la espiritualidad
de la ética. Amós no rechaza la fe, pero sí rechaza una fe vacía, desconectada de la vida
cotidiana. No se puede hablar de Dios mientras se ignora al vulnerable. No se puede rezar
con tranquilidad cuando hay otros siendo silenciados.
Como joven dentro de la comunidad, esta haftará me interpela de manera particular.
Muchas veces escuchamos que los problemas del mundo son demasiado grandes, que no
dependen de nosotros, que “siempre fue así”. Amós rompe con esa excusa. Nos recuerda
que la elección del pueblo de Israel no es un premio, sino una exigencia. Ser elegidos no
significa estar por encima de otros, sino ser más responsables por lo que sucede alrededor.
En el capítulo 3 aparece una imagen muy potente: “¿Rugirá el león sin tener presa?”. Amós
explica que él habla porque no puede callar. Hay algo que lo empuja, que lo obliga. Ese
rugido simbólico sigue resonando hoy. La pregunta es si estamos dispuestos a escucharlo o
si preferimos taparnos los oídos para no incomodarnos.
La historia de Iosef agrega una dimensión más. Aunque comienza con una injusticia
profunda, no termina allí. Desde el pozo hasta Egipto, desde el silencio hasta el poder, su
vida muestra que incluso del daño puede surgir transformación. Pero eso no borra la
responsabilidad de quienes lo vendieron. La reparación solo es posible cuando hay
reconocimiento y cambio.
Esta haftará nos invita, entonces, a repensar qué tipo de comunidad queremos ser. No
alcanza con compartir tradiciones o espacios; ser comunidad implica sensibilidad,
compromiso y acción. La justicia social no es una consigna moderna ni externa al judaísmo:
está en el corazón de nuestros textos.
En un contexto donde muchas injusticias se vuelven costumbre y donde el ruido constante
puede adormecernos, Amós nos recuerda algo esencial: la fe no se mide por lo que
decimos, sino por lo que toleramos y por lo que hacemos. Escuchar el rugido es permitir
que el texto nos mueva, nos incomode y nos transforme.

Tal vez ese sea el desafío que nos deja Vaieshev y su haftará: no mirar para otro lado, no
naturalizar lo injusto y asumir que la espiritualidad auténtica siempre se juega en la relación
con el otro.

Parasha Vaieshev

PARASHA VAieSHeV  וישב
BereiShit (Génesis) 37:1–40:23

Esta semana leemos la PARASHÁH VAieSHeV –  del libro BeReISHiT

Algunos de los temas, tratados en esta porción son IaaKov con sus 12 “principes” se establece en Jevrón. Iosef de 17 años, hijo de Rajel, recibe un trato preferencial por parte de su padre Iaakov y esto provoca malestar entre sus hermanos. Por su parte Iosef comenta ante sus hermanos respecto de dos sueños que tiene. En dichos sueños Iosef les relata a sus hermanos imágenes de superioridad frente a “doce” elementos. Esto empeora la situación.

Shimón y Levi (dos de sus hermanos) planean matarlo, pero Rehuvén sugiere a cambio, arrojarlo en un pozo, con la intención de volver más tarde y salvarlo. Mientras Iosef está en el pozo, Iehuda lo vende a una caravana de Ishmaelitas. Los hermanos manchan el saco especial que usaba Iosef con la sangre de un cabrito y se lo muestran a su padre, haciéndole pensar que su hijo mas afín fue devorado por una bestia salvaje.

Iehuda se casa y tiene tres hijos. Y se desarrolla una serie de dramas familiares entre hijos, esposas…. venganzas y traiciones al mejor estilo culebrón mexicano.

Mientras Iosef que fue comprado como esclavo por una caravana que fabricaba perfumes, es llevado a Egipto y vendido a Potifar, el ministro encargado de las carnicerías del Faraón.

Iosef agrega otro drama pasional con la esposa del faraón que desea al muchacho; nuestro protagonista estrella se niega a estar con ella, y esto desencadena otro dramón que lo llevara a la cárcel por muchos años.

Pero Iosef, talentoso como pocos, vuelve a sacar ventaja de esta situación y se convierte en Ministro del Faraón y asi vamos…

Una porción realmente llena de historias no del todo felices. Muchas dramas y complicaciones.

Ante tanto inconveniente y dificultad la pregunta es, como se resuelve un problema? que se hace frente a una dificultad?

entendemos que el otro es un mensajero?  lo matamos? lo alejamos,  lo sepultamos? lo vendemos? lo encerramos?

No hay tiempo ni distancia que haga desaparecer un problema.

Porque los problemas no existen.

Lo que existe es esa situación que pondrá a prueba QUIEN REALMENTE UNO ES.

Un problema es esa circunstancia que llega una y otra vez para invitarte a que te animes, a que te muestres, a que blanquees.

Es un escenario que al principio te sugiere que te desarrolles, que te estructures, que muestres tu verdad. Pero si no lo enfrentamos, se agravará.

Un problema es un punto de vista.

Un problema es esa situación que te perseguirá hasta que no te quede otra.

Una problema es el camino que se siente incierto. Incómodo.

Un problema te pide que renuncies a tu seguridad.

Y por mas que intentes renunciar a él, el problema te perseguirá.

Se presentará una y otra vez.

De una y mil maneras.

Los problemas no tienen guion, no estas predestinados. Los problemas se escriben y reescriben mientras avanzas.

Por eso, CREÁ.

Encontrá tu voz y decidite a SER QUIEN SOS. A ser lo que viniste a SER. MOSTRATE, COMPARTí tu version.

IaaKov, Iosef y sus hermanos han tejido complejas tramas y han dado grandes nociones de como resolver un problema.

Los problemas son desafíos, son oportunidades de crecer, de madurar, de retomar los temas y abordarlos con otra mirada, con esa mirada adulta y particular, con TU MIRADA.

Iosef desde el principio se animó a ser quien era. Se atrevió a mostrar su talento, a usarlo. Desafió la jerarquía familiar. Y se

responsabilizo por ello.

Se convirtió en el primer “influencer” de la historia. El sabía que había nacido para eso. Recreó y desarrollo todo su talento. Y se convirtió en unos de los personajes mas impactantes de la historia de la humanidad. Iosef transformó la economía del reinado mas importante de su época.

Esta parasha nos invita a comprender que no hace falta conocer el camino, ni tener garantías, se necesita tener herramientas, se necesita saber quien uno es.

Aportá tu marca personal, compartí tu particularidad, tus descubrimientos.

Conocé tu unicidad, pulila, dale brillo y permití que ilumine este mundo que TANTO TE NECESITA.

Conozco el mejor taller de herramientas, y se llama ToRAH.

BIEnVENIDOS AL TALLER!!
SHABAT SHALOM UMEBORAJ
Y JAG SAMEAJ, bienvenidos al TIEMPO DE LUZ TIEMPO DE MILAGROS
Silvia Dvoskin

Haftara Vaishlaj

Haftará Vaishlaj Abdías 1. 1.21
Profecía contra Edom 1:1 1.21

El profeta Abdías, fue un fiel converso al Judaísmo y descendiente de Edom. En su libro de solo veintiún versículos anuncia el Juicio divino de Hashem a Edom.

Edom = Rojo (alusivo a Esav), fue un reino originado a partir de la genealogía de Esav, el hermano de Iaacov. Edom con el paso del tiempo fue una nación vecina a Israel, al otro lado del Mar muerto asentada en las tierras de montañas rojizas que fueron heredad de Esav. Entre ambos hermanos Jacob y Esav, hubo tiempos de extrema tensión muy bien descriptas en la Torá.

Mucho tiempo después del conflicto inicial, se gestó nuevamente un encuentro de los hermanos.

Iaacov se preparó, estratégica y espiritualmente para evitar en dicho acercamiento lo peor en medio del conflicto.

El Patriarca lucho toda la noche superando sus temores e integrando a su conciencia la humildad y empatía necesarias para finalmente enfrentarse a su hermano.

A decir verdad, Iaacov atraviesa su propia noche interior para iluminar su nuevo amanecer y llamarse Israel.

El encuentro de los hermanos fue parcialmente reparador, el vínculo sano superficialmente y cada uno siguió su camino.

Con el paso del tiempo sus descendientes, Edom (Esav) e Israel (Iaacov), fueron atizando el fuego de los conflictos no resueltos de aquellos hermanos, generando rivalidades entre dos pueblos que en verdad, eran familia.

Durante el reinado de Nabucodonosor, Ierushalaim es conquistada por Babilonia. Tristemente el Reino de Edom se aprovecha de la vulnerabilidad de Israel capturando, asesinando y destruyendo ciudades, sumándose así a los atacantes.

Profecía contra Edom Abdías proclama en nombre de Hashem ¨Levantémonos contra él (Edom)para la guerra´´ Abdías 1.1 ´´Mira(Edom) te he hecho pequeño entre las naciones, eres muy despreciado¨ Abdías 1.2 ´´La perfidia de tu corazón te ha seducido. Oh tú que haces de la rajadura de la roca tu morada en lo alto¨ ¨¿Quien te hará bajar a tierra?¨ Abdías 1.3 ´´Aunque te eleves como el águila y entre las estrellas establezcas tu nido de allí te hare bajar´´ Abdías 1.4

Desolación de la tierra de Edom El profeta anuncia a Edom, que será derribado de las alturas, ´´Debido a tu violencia hacia tu hermano Iaacov (Israel), te cubrirá la vergüenza y serás destruido para siempre´´ Abdías 10.1

¨No debiste haber mirado en el día de (la desgracia) tu hermano, en el día de la expulsión (de su tierra), ni regocijarte de los hijos de Iehudá en el día de su destrucción, ni hablar arrogantemente en el día de la angustia¨ Abdías 1.12 ´´No debiste haber entrado por la puerta de Mi pueblo en el día de su calamidad´´Abdías 13.1

En el versículo 1.15 la profecía se amplifica y Abdías anuncia que está próximo el día que Hashem extenderá su juicio a todas las naciones profetizando que caerán hacia la ruina, igual que Edom, por su arrogancia, egoísmo y autoexaltación causando dolor y daño a Israel. ´´Tal como hiciste así se te hará. Serás castigada por tus malas acciones´´ Abdías 1.15

Redención de Israel Sin embargo en medio de tanta destrucción Abdías siembra una semilla de esperanza.

´´Pero en el Monte de Tzión, habrá un remanente(de israelitas ) que quedará consagrado(nunca más subyugado por ideas de las naciones), y la Casa de Iaacov poseerá su herencia´´ Abdías 1.17

´´La casa de Iaacov será un fuego y la casa de Iosef una llama. Y la casa de Esav paja que la encenderán y la consumirán. Y no habrá sobreviviente de la casa de Esav, pues Hashem lo ha dicho ´´ Abdias 1.18

Conectando la Perasha Vaishalaj con su Haftará Abdías, podríamos identificar en el interior de nuestras mentes los arquetipos de Iaacov y de Esav luchando entre sí, cual dos pueblos, buscando gobernar nuestros pensamientos y nuestras acciones. Algunas veces Esav/Edom (orgullo, egoísmo) y otras Iaacov/Israel (humildad, empatía).

Me pregunto ¿Somos capaces de luchar con nuestras contradicciones? ¿Seremos merecedores de transformarnos en Israel?

¿Sabremos pensar con altruismo y empatía ante los conflictos y sembrar semillas de paz en lugar de activar los gérmenes del resentimiento, egoísmo y soberbia?

Quiera Hashem que el estudio de Tora, nos guíe a cada uno a poner luz en nuestras oscuridades, para lograr transformarnos en es ´´remanente, (Israel ) que quedará consagrado´´ Abdías 11.17 tal como anunció el profeta.

Shabat Shalom Humeboraj
Daliah Ruth

Parasha Vaishlaj

En esta parashá Iaakov se reencuentra con su hermano Esáv. Iaakov teme, y quizás, tiene razones para temer; dice el versículo

Ahora pues, líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esav, porque le temo; no sea que venga y me hiera, y hiera a una madre con hijos (Genesis 32;12)

Iaakov se prepara para el encuentro analizando diferentes estrategias, Iaakov lucha, pero no de forma física, sino mental; siente miedo, intenta adivinar las intenciones de Esáv, quizás su hermano, aun lleno de ira quiera dañarlo a el y su familia.

Sin embargo el versículo que relata el encuentro dice:

Y corrió Esav hacia él, y lo abrazó; y echóse sobre su cuello, y lo besó; y lloraron. (Génesis, 33;4)

El versículo expresa en cada palabra la emoción de un encuentro fraternal, la unidad y la paz. Cuánta intimidad hay entre ellos a pesar del miedo y el pasado complejo, aún así todavía existe la oportunidad para el perdón, la paciencia y el amor.

Cuantas veces pensamos en el encuentro con un otro con miedo?, eligiendo de que manera interpretar a aquellos que nos rodean , y cuánto de ese pensamiento no tiene relación con el otro, sino que esta íntimamente relacionado con nosotros mismos , con la manera en que elegimos interpretar la realidad que nos rodea.

Es Esaú quien nos da una perspectiva diferente sobre el encuentro con su hermano. Es Esaú quien nos enseña que es posible encontrarnos con el otro verdaderamente.

Que podamos este shabat reflexionar acerca de cómo nos predisponemos en nuestras vidas al encuentro con un otro , dejar de lado el juicio y las exigencias, enfocándonos en conectar y establecer un diálogo que permita un encuentro más enriquecedor con aquellos que nos rodean.

Shabat Shalom!
Debi Fridman

Haftara Vayetse

La Haftará de esta semana nos invita a mirar a través de los ojos del profeta Oseas, conectada con la Parashá Vayetze —“y se fue”—. Allí se recuerda el exilio de Yaakov, su lucha con los ángeles y su fuerza para levantarse aun en medio de la adversidad.

Aunque Oseas vivió muchos siglos después, su profecía —en el siglo VIII a.e.c., en los últimos años del Reino del Norte, cuando el Imperio Asirio avanzaba y la sociedad parecía haber perdido su eje moral— ilumina la historia de Yaakov de un modo actual y desafiante.

Era una época de idolatría, de prosperidad superficial y de un profundo deterioro ético que generaba desigualdad y confusión.

Desde ese contexto, Oseas trae la figura de Yaakov como ejemplo vivo, un hombre que lucha, que es engañado por Labán, que llega con las manos vacías pero que, con esfuerzo y bendición, construye una familia que será el origen de las tribus de Israel.

Yaakov no se quiebra; se transforma. Y esa transformación es la que Oseas espera también de su pueblo, perdido en la idolatría y en la falsa creencia de que lo económico es fuente de poder.

Podríamos decir que el “…rugido del león…” que menciona la Haftará es, en realidad, el sonido interior del shofar: ese llamado que nos despierta, que nos recuerda quiénes somos.

La metáfora de “…las aves que regresan a su nido…” es también un recordatorio de que el pueblo de Israel siempre vuelve a su origen, siempre vuelve a casa.

Hoy, en un mundo acelerado, lleno de tecnología, pantallas e inmediatez, corremos el riesgo de perder nuestro eje igual que en tiempos de Oseas. Las apariencias y el brillo superficial no nos van a rescatar de la oscuridad.

Hemos atravesado momentos trágicos como pueblo y, aun así, seguimos aquí.

Debemos valorar lo que tenemos, un Estado que necesita de todos; un pueblo que, cuando se une, es indestructible. Desde los distintos confines de la tierra, no nos iremos, estamos más unidos que nunca.

Por eso, en este Shabat, encendamos la luz de la esperanza. Que nuestra bendita Eretz Israel logre, con la ayuda del cielo y con el esfuerzo de cada uno, alcanzar unidad y sobre todo, paz.

Shabat Shalom
Am Israel Jai
Susy Lapilover

Parasha Vayetse

“Lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia…En aquel día hizo Dios un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; la tierra de los ceneos, los kenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos” (Gen 15:5,18-21).

La promesa era inmensa. El futuro sólo eran bendiciones. Las estrellas del cielo hablarían por los siglos de su legado. Los últimos renglones del capítulo 15, le aseguraban que la Tierra toda sería para su descendencia.

Abram tenía como destino, ser y tener un imperio.

Sin embargo, el siguiente capítulo comienza enrostrando la realidad más dramática: ”Y Sarai, esposa de Abram, no podía tener hijos” (Gen 16:1).

La distancia entre la promesa y la realidad se hace insoportable. La diferencia entre el ideal y las circunstancias que a veces, golpea tantas veces, tan fuerte en el pecho.

Mientras Abram se concentraba por escuchar la voz de Dios, su esposa Sarai rezaba cada noche por escuchar el llanto de un bebe. Él le hablaba acerca de la promesa: “Como las estrellas que hay en el cielo, tus hijos, tu descendencia cubrirá la tierra”. Pero ella lo miraba con ojos vidriosos y le respondía: “Con un solo hijo va a ser suficiente para que sea un milagro. Una señal de que en verdad fuimos elegidos”.

Esa distancia, entre lo que esperamos y lo que logramos, entre lo ideal y lo real, es un motivo recurrente a lo largo de la Torá. Y a lo largo de la vida. Dios crea el Universo, los cielos y la tierra y al siguiente renglón todo es caos, oscuridad y un abismo que lo cubre todo. La belleza eterna del Jardín del Edén, dura apenas un suspiro. Moisés sube al monte a encontrarse con Dios y en el momento exacto de la Revelación, aparece el becerro de oro.

La tradición nos llama a repetir el Shemá Israel, la frase más importante del pueblo judío, en cada anochecer y cada mañana al despertar. Por las noches, al terminar su recitación, el texto que le sigue comienza diciendo: “Emet ve Emuná”, “Verdad y fe”. Es porque en las noches, al detenernos a observar la belleza de un cielo iluminado, volvemos a sentir en nosotros la promesa al patriarca Abram.

Vemos la Luna en la ventana y nos llenamos de fe. Fe en todos nuestros mañanas. Pero por las mañanas, el texto que sigue al Shemá Israel comienza diciendo: “Emet ve-Iatziv”, “Verdad y verdad”.

Quizá sea porque cuando sale el sol y vemos al mundo, la fe se apaga, y debemos aprender a enfrentamos con ese mundo, tal cual es en verdad.

Sin embargo debemos saber, que los grandes ideales exigen grandes transformaciones. Grandes convicciones. Que las promesas de noches estrelladas, pueden maridar con una vida dedicada a la transformación. A la confianza en la renovación. Es por eso que Abram y Sarai deberán atravesar un cambio esencial en su identidad, en su carácter, en sus formas, en su vínculo, en su ser más íntimo, para poder traer esa promesa de cielo a su tierra.

“Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes” (Gen 17:5). Para cambiar las circunstancias, el que debe cambiar es Abram. Cambiar las letras de su nombre es aprender a volver a leerse uno mismo. A veces gastamos una vida queriendo cambiar lo que nos rodea, y olvidamos que quienes debíamos empezar por cambiar éramos nosotros. Es entonces que el mundo entero se hace estrellas de cielo.

Unos renglones más adelante nos dice el texto: “Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, porque Sara es su nombre” (Gen 17:15). Es interesante, porque ella no cambia su nombre. Ella siempre se había llamado Sara. El problema era que él sólo miraba el cielo, pero no veía el cielo en los ojos de ella. Ella no podría volver a ser Sara, mientras él no cambiara su propio ser. En el momento en que Abram logra ser Abraham, Sara puede volver finalmente a ser quien era. No es que ella no podía tener hijos, sino que no podía ser completamente ella misma. Eso le impedía trascender. Abram miraba las estrellas. Pero recién cuando se trasforma en Abraham, Sara logra volver a ser, para ella y para él, su propia estrella.

Y entonces, sólo unos renglones después, Sara queda embarazada. La
promesa del ayer, finalmente se hace realidad. El sueño del futuro, exigía un cambio sincero, genuino, en el presente. A veces los renglones se hacen años de angustia. No hace falta esperar a que pasen los capítulos de la vida.

Todo nacimiento, comienza cambiando las letras de cómo re-definimos quienes somos. Y de cómo volvemos a nuestro origen.

Ese niño se llamará Itzjak, que significa: “el que trae sonrisas”.

Hay veces que no hace falta llegar al cielo para alcanzar la felicidad.

Podemos encontrar las estrellas más hermosas, en los ojos de aquellos que aprendemos a amar mejor.

Sem. Brian Bruh