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Parasha Vaetjanan

Comentario a Deuteronomio 3:23-7:11

La porción de la Torá que nos convoca esta semana, es una oportunidad para redescubrir el Shemá, el lema central de la fe judía. Me emociona releerlo detenidamente, con atención, igual que el primer día que tuve un sidur en mis manos, como saboreando el gustito de las palabras: aun no pierdo la capacidad de sorprenderme ante un jidush, y sonrío como un nene ante un maise o un cuento jasidico que tenga como tema algún fragmento del Shemá.

El Shemá y sus párrafos son parte de la esencia de nuestra identidad, son legado y tradición conjugados para siempre en presente continuo.

Pero, si cada palabra esconde una perla esperando a ser descubierta, el pasuk en el que encuentro un tesoro incalculable y al cual vuelvo con frecuencia es “veshinantam levaneja” (Deuteronomio 6:7), que puede traducirse como “las enseñarás a tus hijos”.

Este concepto pone el foco en esforzarnos por educarnos a nosotros mismos, para educar a nuestros hijos, nuestras familias, nuestras comunidades, para que consideremos la Torá como un texto vital y dinámico, tan relevante para nuestras vidas hoy como lo es desde hace más de 2000 años.

Es ponernos en el lugar de la pregunta constante, animándonos a abrevar de sus enseñanzas milenarias, y hallar allí una suerte de brújula para nuestra existencia diaria; donde sus formas antiguas y comentarios atemporales pueden expandir nuestra comprensión del mundo que nos rodea, inspirándonos a convertirnos en nuestra mejor versión.

Así, como en una concatenación de pensamientos, recordé que alguna vez leí que el Talmud enumera una serie de obligaciones que los padres tenemos hacia nuestros hijos. Fui a buscarlo como aquel que intuye que la pieza encaja en el rompecabezas conceptual; y la profundidad de las palabras de nuestros Sabios se hace evidente en forma de “lecciones”: “El padre está obligado respecto de su hijo a circuncidarlo, redimirlo, enseñarle Torá, desposarlo y enseñarle un oficio”.

Más que lecciones, son máximas o principios medulares que datan de al menos quince siglos, y estructuran un esquema donde la familia está presente en los momentos trascendentales de la vida de sus hijos. Como un imperativo, nos exigen educar en los valores y en los preceptos de la tradición judía, formar una persona plena, provista de las habilidades para que pueda salir al mundo, formar una familia y ganarse su propio sustento.

La lección no termina allí. Con una especificidad quizás inusual, concluye: “Según algunos, también enseñarle a nadar”. (Kidushin 29a). Los sabios se preguntan el porqué de esta obligación y llegan a la conclusión en que debe hacerlo para que su hijo aprenda a “sobrevivir”. Leído literalmente, si se llega a caer a un río, a un lago o al mar, debe poder nadar y llegar nuevamente a la orilla; pero profundizando, “enseñar a nadar” es proveer a nuestros hijos de las herramientas necesarias para que pueda valerse por sí mismos, enseñándoles a ser independientes, para que “no se ahoguen” en un mundo cada vez más competitivo y hostil, con valores fuertes que los mantengan a flote y seguros ante la zozobra de una vida carente de significado o propósito.

Es educar para dejar una impresión duradera, enseñándoles a nadar en las corrientes de la diversidad de pensamientos, en el respeto por las diferentes creencias y opiniones, impulsándolos a pensar de manera crítica y original, guiándolos y alentándolos como alguna vez lo hicieron con nosotros. Es un proceso, un círculo virtuoso que hoy nos toca potenciar, y que pone la vida en movimiento.

Y además, veshinantam levaneja, le enseñarás a tus “hijos”, a cada uno según su peculiaridad. Enseñar y aprender requieren esfuerzo, estrategias, lugares y tiempos diferentes para cada persona: las personas que han dejado y siguen dejando una huella en mi vida son aquellas que han hecho un esfuerzo adicional para establecer conexiones personales conmigo. Esa debería ser para todos la forma de mirar el mundo.

Este Shabat nos reúne después de Tishá beAv, con palabras de consuelo después de la destrucción del Templo. Este Shabat Najamu es el punto donde nos ponemos de pie, para ver desde dónde puede comenzar la reconstrucción. Es el punto la creación de oportunidades, para aprender, para enseñar a nadar la vida, y dejar impresiones duraderas.

Este Shabat puede ser una fuente de inspiración.

El Shemá, una vez más, nos recuerda que todos tenemos la capacidad y la invitación de recorrer ese camino.

Shabat Shalom amigos!

“En la palabra pregunta, hay una hermosa palabra: búsqueda. Por eso las preguntas unen a las personas”. Elie Wiesel. A los ieladim de Am Israel, en especial a mis niños Eithan y Meital, quienes hacen de “veshinantam levaneja” la pregunta más hermosa y desafiante.

Seba Cabrera Koch

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