Skip to content

Haftara Vaera

Haftará Vaerá: El monstruo del Nilo y la sangre que brama clamando justicia
Yejezkel 28:25 – 29:21

Hacia el tercer milenio antes de la era común, el Alto Egipto se enmarcaba en un entorno excepcional: producía excedentes alimenticios, tenían yacimientos donde extraían metales y piedras preciosas, y mano de obra (asalariados o esclavos) para construir los caprichos de los monarcas. La prosperidad atraía más y más riquezas, transformando a Egipto en un punto ineludible de las rutas comerciales de la antigüedad.

El secreto de esta civilización, es aun hoy, el milagro natural más asombroso: el ciclo creciente del Nilo, con la predecible y muy esperada inundación anual.

El Rio Nilo, en su curso vivificante recorre una distancia de mil kilómetros. Es alimentado por grandes afluentes en lo profundo del continente africano: en su punto más bajo, el río desnuda un suelo seco y agrietado. Pero ni bien se sienten los efectos rejuvenecedores de las lluvias subtropicales, el nivel del agua comienza a subir, y una ola verde desciende por el curso del río desde el corazón del África, cargada de nutrientes vitales.

El agua satura el suelo con tal fertilidad que se pueden cultivar y cosechar tres o cuatro cultivos al año. Estas corrientes dadoras de vida desbordan de exuberancia solo unos meses, y deben resguardarse mediante canales y embalses artificiales, hasta un nuevo ciclo.

Los antiguos egipcios sabían que la lluvia era una rareza, por lo que dependían, exclusivamente, de la generosidad del río. El hito fue, entonces, cuando los primeros reyes del Alto Egipto lograron legitimar su poder persuadiendo a sus súbditos que los dioses los favorecían: el rey, en tanto divino, era el causante de las crecidas del río.

No debe sorprendernos, por lo tanto, que el Nilo fuera adorado por los antiguos egipcios como un “dios”. Como concisamente señala el gran exegeta Rashi (Rabi Shlomo Itzjak, siglo XI, Francia): “Debido a que la lluvia no cae en Egipto pero el Nilo crece y riega la tierra, los egipcios por esta razón adoraron al Nilo. Por lo tanto D-s primero hirió a su deidad y luego los hirió a ellos”. (comentario a Éxodo 7:17).

Por eso se entiende que la primera de las diez plagas, la plaga de sangre, tenía como objetivo dejar muy claro que había un D-s aún más poderoso y más confiable que el Nilo mismo.

Así, Rashi aborda la cuestión fundamental de porqué el río fue atacado al comienzo del proceso, pero no aclara por qué el Nilo se transformó en sangre para hacer sus aguas imbebibles.

La Haftará de Vaerá puede ayudarnos a responder este dilema. El Profeta Yejezkel nos trae una profecía de destrucción y posterior caída de Egipto, con el Nilo como motivo central. Yejezkel predice que D-s castigará al faraón, a quien describe como un “poderoso monstruo que se extiende en los canales del Nilo” (Ezequiel 29:3).

El Faraón es el monstruo del Nilo, explica Yejezkel, y D-s lo arrastrará con ganchos afilados, arrojándolo al desierto, con los peces del Nilo pegados a sus escamas. Abandonado, el monstruo se convertirá en alimento para las bestias de la tierra y las aves del cielo (Ezequiel 29:4-5).

Yejezkel profetiza un castigo terrible para Faraón, a quien compara con un “poderoso monstruo”: la soberbia lo corrompió, perdiendo lo poco que le queda de humanidad el día que estuvo dispuesto a sacrificar incluso a su propio pueblo por mantenerse en su trono. Por eso, ante las aguas transformadas en sangre, se escucha el eco de los crímenes perpetrados a orillas del río, ordenado por el rey tiránico reverenciado como a una deidad.

Ante el más cruel de los decretos: “todos los varones recién nacidos sean arrojados al Nilo, para que sólo vivan las hembras!” (Éxodo 1:22), quizás la plaga de sangre, estaba destinada a servir como un recordatorio de la sangre de los niños muertos en las turbias profundidades del Nilo.

Esas profundidades ahora, son las que exponen esa sangre inocente y revelan el infanticidio que ya no puede permanecer impune.

La era de opresión y la esclavitud, la subordinación total a la voluntad del faraón, en boca del Profeta, serian castigadas reduciendo “la tierra de Egipto a completa ruina y desolación” (Ezequiel 29:10).

Pero más que intimidar y castigar al monarca y a su autoridad, el poder del D-s de Israel deja de manifiesto su preocupación por la justicia, porque a diferencia de los “dioses de Egipto”, el D-s de Israel interpela acerca de la responsabilidad del Hombre, sin ambigüedades morales.

La abstracción hasta entonces incomprensible de un D-s invisible, incorpóreo, absoluto, era un concepto sumamente inusual en ese entonces. Un D-s que tenía el control total de las fuerzas de la naturaleza, las dimensiones del tiempo y el espacio, y los destinos de todos los hombres.

Un D-s que no se desentiende de la realidad que nos circunda, que oye el sufrimiento de su Pueblo e interviene en la Historia humana.
El Faraón finalmente enfrentaría sus propias limitaciones, e Israel comenzaría poco a poco a darse cuenta de que la liberación de la esclavitud no significa nada si no va acompañada de un sentido de misión y propósito.

Que D-s nos ayude a encontrar dentro nuestro ese poder inclaudicable para no callar ante la injusticia, fortaleciéndonos, para superar las adversidades y desafíos al hacer lo correcto.

Dijeron nuestros Sabios de Bendita Memoria:
“No estás obligado a concluir la tarea,
ni tampoco puedes desentenderte completamente de ella”
(Pirkei Avot, capítulo 2, Mishná 16).

¡Shabat Shalom!
Seba Cabrera Koch

Compartir

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email

Iamim Noraim
2022-5783

Te invitamos a ser parte de este Minian, para seguir viviendo y construyendo Amijai

Conocé nuestras propuestas

×